LA INTUICIÓN

Vasalisa y la importancia de hacer una muñeca


Mi madre siempre nos ha hablado de la intuición, de la importancia de escuchar esa vocecita que te habla cuando estás a punto de hacer algo, de decir algo, de emprender un viaje o tomar una decisión. 


Después de varios años de haber dejado el nido, mi madre me dio a leer el libro de "Mujeres que corren con los lobos" de Clarisa Pinkola Estés y ahí viene un cuento que se llama Vasalisa y trata de una niña que queda huérfana y al cuidado de su madrastra y sus hermanastras crueles,  ella es obligada a ir al bosque con la intención de deshacerse de ella y en cambio y a raíz de todas las experiencias que vive, los peligros que sortea y enfrenta y de la bruja que conoce vuelve fortalecida con el fuego en sus manos, la muñeca que su madre le entrega en su lecho de muerte le ayuda a salir airosa de cada momento de peligro, Vasalisa la escucha y la sigue, la muñeca es ella misma, es su intuición hablándole y guiándola. Vasalisa se salva a sí misma.




Pero ¿qué hace falta para que aprendamos a seguir nuestra intuición? ¿cómo podemos aprender a confiar en nosotras mismas? ¿cómo seremos capaces de salvarnos? Pues tal vez de inicio saber que la intuición existe, que contamos todas y todos con una vocecita que nos puede aconsejar a la hora de tomar decisiones; un ejercicio magnífico para hacer conciencia de nuestra intuición es construirla, y lo simbolizamos en una muñeca, justo como en el cuento de Vasalisa, seguro deben existir muchas maneras de despertar nuestra intuición, como por ejemplo hablar con otras personas, escribir, bailar, cantar, pintar, tocar un instrumento o aprender otro idioma, todas las actividades que nos ayuden a conocernos mejor son ventanas a la introspección, posibilidades de conocer todas las herramientas con las que nacemos y que aveces y por el estilo de vida al que estamos sujetos al nacer dentro de un sistema capitalista olvidamos en el camino.



Cuando me di a la tarea de buscar tutoriales para hacer mi propia muñeca, me encontré con un sinfín de posibilidades, y ahí me di cuenta de que iba a elegir a una muñeca con la que me identificara, así mismo sabía que no me iba a salir igual que las de las fotos y eso también está bien, porque yo soy una pieza única y me encanta la idea de que mi intuición-muñeca también lo sea.  




Dedicar tiempo a realizar mi muñeca me hizo pensar tranquila y relajada acerca de mi vida, fue como una meditación, me obligó a dedicarme tiempo sin importar que la casa estaba desordenada, que mi hijo quería que lo viera jugar, o que mi pareja quería platicarme su día, fueron varios momentos de ser yo el centro de mi atención, y fue maravilloso! 




Les dejo aquí la versión de "Vasalisa la Sabía" que encontré en el libro de Mujeres que corren con los lobos de Clarissa Pinkola Estés, hay muchos artículos y blogs que hablan y sistematizan el cuento, así que si quisieran ahondar en la investigación encontrarán mucho material, yo quise enfocarme en el ejercicio de la construcción de la muñeca porque me pareció maravilloso el proceso y el significado.


Vasalisa

Había una vez y no había una vez una joven madre que yacía en su lecho
de muerte con el rostro tan pálido como las blancas rosas de cera de la sacristía
de la cercana iglesia. Su hijita y su marido permanecían sentados a los pies de la
vieja cama de madera, rezando para que Dios la condujera sana y salva al otro
mundo.
La madre moribunda llamó a Vasalisa y la niña se arrodilló al lado de ella
con sus botas rojas y su delantalito blanco.
—Toma esta muñeca, amor mío —dijo la madre en un susurro, sacando de

la colcha de lana una muñequita que, como la propia Vasalisa, llevaba unas botas
rojas, un delantal blanco, una falda negra y un chaleco bordado con hilos de
colores.
—Presta atención a mis últimas palabras, querida —dijo la madre—. Si alguna
vez te extraviaras o necesitaras ayuda, pregúntale a esta muñeca lo que tienes
que hacer. Recibirás ayuda. Guarda siempre la muñeca. No le hables a nadie
de ella. Dale de comer cuando esté hambrienta. Ésta es mi promesa de madre y
mi bendición, querida hija.
Dicho lo cual, el aliento de la madre se hundió en las profundidades de su
cuerpo donde recogió su alma y, cuando salió a través de sus labios, la madre
murió.
La niña y su padre la lloraron durante mucho tiempo. Pero, como un campo
cruelmente arado por la guerra, la vida del padre reverdeció una vez más en
los surcos y éste se casó con una viuda que tenía dos hijas. Aunque la madrastra
y sus hijas siempre hablaban con cortesía y sonreían como unas señoras, había
en sus sonrisas una punta de sarcasmo que el padre de Vasalisa no percibía.
Sin embargo, cuando las tres mujeres se quedaban solas con Vasalisa, la
atormentaban, la obligaban a servirlas y la enviaban a cortar leña para que se le
estropeara la preciosa piel. La odiaban porque poseía una dulzura que no parecía
de este mundo. Y porque era muy guapa. Sus pechos brincaban mientras que los
suyos menguaban a causa de su maldad. Vasalisa era servicial y jamás se quejaba
mientras que la madrastra y sus hermanastras se peleaban entre sí como las
ratas entre los montones de basura por la noche.
Un día la madrastra y las hermanastras ya no pudieron aguantar por más
tiempo a Vasalisa.
—Vamos... a... hacer que el fuego se apague y entonces enviaremos a Vasalisa
al bosque para que vaya a ver a la bruja Baba Yagá* y le suplique fuego para
nuestro hogar. Y, cuando llegue al lugar donde está Baba Yagá, la vieja bruja la
matará y se la comerá.
Todas batieron palmas y soltaron unos chillidos semejantes a los de los seres
que habitan en las tinieblas.
Así pues aquella tarde, cuando regresó de recoger leña, Vasalisa vio que toda
la casa estaba a oscuras. Se preocupó y le preguntó a su madrastra:
—¿Qué ha ocurrido? ¿Con qué guisaremos? ¿Qué haremos para iluminar la
oscuridad?
—Qué estúpida eres —le contestó la madrastra—. Está claro que no tenemos
fuego. Y yo no puedo salir al bosque porque soy vieja. Mis hijas tampoco
pueden ir porque tienen miedo. Por consiguiente, tú eres la única que puede ir al
bosque a ver a Baba Yagá y pedirle carbón para volver a encender la chimenea.
—Muy bien pues, así lo haré —dijo inocentemente Vasalisa.
Y se puso en camino. El bosque estaba cada vez más oscuro y las ramitas que
crujían bajo sus pies la asustaban. Introdujo la mano en el profundo bolsillo de
su delantal donde guardaba la muñeca que su madre moribunda le había entregado.
Le dio unas palmadas a la muñeca que guardaba en el interior del bolsillo y
se dijo:
—Es verdad, el simple hecho de tocar esta muñeca me tranquiliza.
A cada encrucijada del camino, Vasalisa introducía la mano en el bolsillo y
consultaba con la muñeca.
—Dime, ¿tengo que ir a la derecha o a la izquierda?
La muñeca le contestaba, "Sí", "No", "Por aquí" o "Por allá". Vasalisa le dio a la
muñeca un poco de pan que llevaba y siguió el camino que parecía indicarle la
muñeca.
De repente, un hombre vestido de blanco pasó al galope por su lado montado
en un caballo blanco e inmediatamente se hizo de día. Más adelante, pasó
un hombre vestido de rojo montado en un caballo rojo y salió el sol. Vasalisa prosiguió
su camino y, en el momento en que llegaba a la choza de Baba Yagá, pasó
un jinete vestido de negro trotando a lomos de un caballo negro y entró en la cabaña
de Baba Yagá. Enseguida se hizo de noche. La valla hecha con calaveras y
huesos que rodeaba la choza empezó a brillar con un fuego interior, Iluminando

todo el claro del bosque con su siniestra luz.
La tal Baba Yagá era una criatura espantosa. Viajaba no en un carruaje o
un coche sino en una caldera en forma de almirez que volaba sola. Ella impulsaba
el vehículo con un remo en forma de mano de almirez y se pasaba el rato barriendo
las huellas que dejaba a su paso con una escoba hecha con el cabello de
una persona muerta mucho tiempo atrás.
Y la caldera volaba por el cielo mientras el grasiento cabello de Baba Yagá
revoloteaba a su espalda. Su larga barbilla curvada hacia arriba y su larga nariz
curvada hacía abajo se juntaban en el centro. Tenía una minúscula perilla blanca
y la piel cubierta de verrugas a causa de su trato con los sapos. Sus uñas orladas
de negro eran muy gruesas, tenían caballetes como los tejados y estaban tan curvadas
que no le permitían cerrar las manos en un puño.
La casa de Baba Yagá era todavía más extraña. Se levantaba sobre unas
enormes y escamosas patas de gallina de color amarillo, caminaba sola y a veces
daba vueltas y más vueltas como un bailarín extasiado. Los goznes de las puertas
y las ventanas estaban hechos con dedos de manos y pies humanos y la cerradura
de la puerta de entrada era un hocico de animal lleno de afilados dientes. Vasalisa
consultó con su muñeca y le preguntó:
—¿Es ésta la casa que buscamos?
Y la muñeca le contestó a su manera:
—Sí, ésta es la casa que buscas.
Antes de que pudiera dar otro paso, Baba Yagá bajó con su caldera y le
preguntó a gritos:
—¿Qué quieres?
La niña se puso a temblar.
—Abuela, vengo por fuego. En mi casa hace mucho frío... mi familia morirá...
necesito fuego.
Baba Yagá le replicó:
—Ah, sí, ya te conozco y conozco a tu familia. Eres una niña muy negligente...
has dejado que se apagara el fuego. Y eso es una imprudencia. Y, además,
¿qué te hace pensar que yo te daré la llama?
Vasalisa consultó con la muñeca y se apresuró a contestar:
—Porque yo te lo pido.
Baba Yagá ronroneó.
—Tienes mucha suerte porque ésta es la respuesta correcta.
Y Vasalisa pensó que había tenido mucha suerte porque había dado la respuesta
correcta.
Baba Yagá la amenazó:
—No te puedo dar el fuego hasta que hayas trabajado para mí. Si me haces
estos trabajos, tendrás el fuego. De lo contrario... —Aquí Vasalisa vio que los ojos
de Baba Yagá se convertían de repente en unas rojas brasas—. De lo contrario,
hija mía, morirás.
Baba Yagá entró ruidosamente en su choza, se tendió en la cama y ordenó
a Vasalisa que le trajera lo que se estaba cociendo en el horno. En el horno había
comida suficiente para diez personas y la Yagá se la comió toda, dejando tan sólo
un pequeño cuscurro y un dedal de sopa para Vasalisa.
—Lávame la ropa, barre el patio, limpia la casa, prepárame la comida, separa
el maíz aflublado del maíz bueno y cuida de que todo esté en orden. Regresaré
más tarde para inspeccionar tu trabajo. Si no está listo, tú serás mi festín.
Dicho lo cual, Baba Yagá se alejó volando en su caldera, usando la nariz a
modo de cataviento y el cabello a modo de vela. Y cayó de nuevo la noche.
Vasalisa recurrió a su muñeca en cuanto la Yagá se hubo ido.
—¿Qué voy a hacer? ¿Podré cumplir todas estas tareas a tiempo?
La muñeca le aseguró que sí y le dijo que comiera un poco y se fuera a
dormir. Vasalisa le dio también un poco de comida a la muñeca y se fue a dormir.
A la mañana siguiente, la muñeca había hecho todo el trabajo y lo único
que quedaba por hacer era cocinar la comida. La Yagá regresó por la noche y vio
que todo estaba hecho. Satisfecha en cierto modo aunque no del todo porque no
podía encontrar ningún fallo, Baba Yagá dijo en tono despectivo:
—Eres una niña muy afortunada.
Después llamó a sus fieles sirvientes para que molieran el maíz e inmediatamente
aparecieron tres pares de manos en el aire y empezaron a raspar y triturar
el maíz. La paja voló por la casa como una nieve dorada. Al final, se terminó
la tarea y Baba Yagá se sentó a comer. Se pasó varias horas comiendo y por la
mañana le volvió a ordenar a Vasalisa que limpiara la casa, barriera el patio y
lavara la ropa.
Después le mostró un gran montón de tierra que había en el patio.
—En este montón de tierra hay muchas semillas de adormidera, millones
de semillas de adormidera. Quiero que por la mañana haya un montón de semillas
de adormidera y un montón de tierra separados. ¿Me has entendido?
Vasalisa estuvo casi a punto de desmayarse.
—¿Cómo voy a poder hacerlo?
Introdujo la mano en el bolsillo y la muñeca le contestó en un susurro:
—No te preocupes, yo me encargaré de eso.
Aquella noche Baba Yagá empezó a roncar y se quedó dormida y entonces
Vasalisa intentó separar las semillas de adormidera de la tierra. Al cabo de un
rato la muñeca le dijo:
—Vete a dormir. Todo irá bien.
Una vez más la muñeca desempeñó todas las tareas y, cuando la vieja regresó
a casa, todo estaba hecho. Baba Yagá habló en tono sarcástico con su voz
nasal:
—¡Vaya! Qué suerte has tenido de poder hacer todas estas cosas.
Llamó a sus fieles sirvientes y les ordenó que extrajeran aceite de las semillas
de adormidera e inmediatamente aparecieron tres pares de manos y lo hicieron.
Mientras la Yagá se manchaba los labios con la grasa del estofado, Vasalisa
permaneció de pie en silencio.
—¿Qué miras? —le espetó Baba Yagá.
—¿Te puedo hacer unas preguntas, abuela? —dijo Vasalisa.
—Pregunta —replicó la Yagá—, pero recuerda que un exceso de conocimientos
puede hacer envejecer prematuramente a una persona.
Vasalisa le preguntó quién era el hombre blanco del caballo blanco.
—Ah —contestó la Yagá con afecto—, el primero es mi Día.
—¿Y el hombre rojo del caballo rojo?
—Ah, ése es mi Sol Naciente.
—¿Y el hombre negro del caballo negro?
—Ah, sí, el tercero es mi Noche.
—Comprendo —dijo Vasalisa.
—Vamos niña, ¿no quieres hacerme más preguntas? ——dijo la Yagá en tono
zalamero.
Vasalisa estaba a punto de preguntarle qué eran los pares de manos que
aparecían y desaparecían, pero la muñeca empezó a saltar arriba y abajo en su
bolsillo y entonces dijo en su lugar:
—No, abuela. Tal como tú misma has dicho, el saber demasiado puede
hacer envejecer prematuramente a una persona.
—Ah —dijo la Yagá, ladeando la cabeza como un pájaro—, tienes una sabiduría
impropia de tus años, hija mía. ¿Y cómo es posible que seas así?
—Gracias a la bendición de mi madre —contestó Vasalisa sonriendo.
—¡¿La bendición?! —chilló Baba Yagá—. ¡¿La bendición has dicho?! En esta
casa no necesitamos bendiciones. Será mejor que te vayas, hija mía —dijo empujando
a Vasalisa hacia la puerta y sacándola a la oscuridad de la noche—. Mira,
hija mía. ¡Toma! —Baba Yagá tornó una de las calaveras de ardientes ojos que
formaban la valla de su choza y la colocó en lo alto de un palo—. ¡Toma! Llévate a
casa esta calavera con el palo. Eso es el fuego. No digas ni una sola palabra más.
Vete de aquí.
Vasalisa iba a darle las gracias a la Yagá, pero la muñequita de su bolsillo
empezó a saltar arriba y abajo y entonces Vasalisa comprendió que tenía que tomar
el fuego y emprender su camino. Corrió a casa a través del oscuro bosque,
siguiendo las curvas y las revueltas del camino que le iba indicando la muñeca.
Vasalisa salió del bosque, llevando la calavera que arrojaba fuego a través de los
orificios de las orejas, los ojos, la nariz y la boca. De repente, se asustó de su peso
y de su siniestra luz y estuvo a punto de arrojarla lejos de sí. Pero la calavera
le habló y le dijo que se tranquilizara y siguiera adelante hasta llegar a la casa de
su madrastra y sus hermanastras. Y ella así lo hizo.
Mientras Vasalisa se iba acercando a la casa, la madrastra y las hermanastras
miraron por la ventana y vieron un extraño resplandor danzando en el bosque.
El resplandor estaba cada vez más cerca y ellas no acertaban a imaginar qué
podía ser. La prolongada ausencia de Vasalisa las había inducido a pensar que
ésta había muerto y que las alimañas se habían llevado sus huesos y en buena
hora.
Vasalisa ya estaba muy cerca de su casa. Cuando la madrastra y las hermanastras
vieron que era ella, corrieron a su encuentro, diciéndole que llevaban
sin fuego desde que ella se había ido y que, a pesar de que habían intentado repetidamente
encender otro, éste siempre se les apagaba.
Vasalisa entró triunfalmente en la casa, pues había sobrevivido al peligroso
viaje y había traído el fuego a su hogar. Pero la calavera que estaba contemplando
todos los movimientos de las hermanastras y de la madrastra desde lo alto del
palo las abrasó y, a la mañana siguiente, el malvado trío se había convertido en
unas pavesas.



Yo me quedé fascinada con el tema y pensé en otras alternativas para hacer la muñeca, hice un collage en mi bitácora 




y un bordado para usar como pañuelo, 

opciones debe haber muchas y solo es cuestión de animarse a vivir el viaje. 

Aquí dejaré enlaces que utilicé para construir mi muñeca-intuición: 


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