MUJEROSIDAD
Mujerosidad. Cualidad de las personas que nos identificamos como mujeres, de ser únicas, irrepetibles, irremplazables e inapropiables. Aquello que se devela con la consciencia de sí misma, florecer después de un tiempo de pararnos sobre nuestro nombre.
Ser para nosotras mismas primero y compartirnos después como el gozo de colectivizar los hallazgos, saber decir que sí y saber decir que no, descubrir lo que queremos y aprender a pedirlo.
Creo que el amor
es:
-La semilla para florecer no solo como individuos, sino como sociedad planetaria
-El fuego para transmutar, quema lo pasado y expande lo presente
-Un gran oso que protege y abraza a todos los seres vivos
-La niñez mirando orgullosa su árbol genealógico
-La gran abuela enseñándonos a reconocer y valorar los aportes de cada una, de cada uno, de cada une
Todes somos necesaries:
-Presentes desde espacios sensibles para acompañar
-Atentas para reconocer lo reparable
-Autodependientes para hacernos cargo de la parte que nos pueda corresponder aquí y ahora
Recordando siempre, que somos ante todo: multitud
Creo en el amor radical, en abrazar sin juzgar, en ser compasivas, en hacer el ejercicio cotidiano de recordar que estamos aprendiendo a ser personas y comunidades, que los paradigmas de nuestra sociedad van cambiando cada vez más rápido y que es cruel dejar a otres atrás; que nos equivocamos, que nos hemos equivocado antes y que muy probablemente nos seguiremos equivocando, pero, aun así, vale la pena intentarlo siempre, con amor y humildad.
Hace más o menos tres años, nos reunimos para celebrar la navidad con una gran parte de mi familia materna, ya de madrugada, cuando estábamos cansados de reír, comer, cantar y discutir Roma de Cuarón, estábamos niñes, adolescentes y adultes descansando repartides entre la sala y el comedor y en medio del silencio mi mamá nos contó el cuento de Las dos ancianas de Velma Wallis, en el que se narra la historia de dos mujeres ancianas que son abandonadas por su tribu porque resultan un retraso en su avance en medio de un duro invierno en Alaska. Las mujeres han sido abandonadas para morir, pero deciden una primero y la otra se le une a regañadientes, que morirán luchando, luego recuerdan sus habilidades, recuerdan que ellas enseñaron a los demás a cazar, a poner un campamento, a cocinar y a rastrear; en contra de todo pronóstico las dos ancianas sobreviven y como esas cosas circulares de la vida, se encuentran con su tribu que perdida, estaba desfalleciendo de hambre y ellas en un doloroso proceso de auto-reconocimiento se perdonan y les perdonan, les comparten de sus alimentos y les ayudan a sobrevivir también.
Hace poco, Quetzal mi hijo de once años, me platicó que vio en Tic-Toc un video en donde narran que un joven salva a Adolfo Hitler de la muerte cuando éste aún era un niño y el video finalizaba diciendo que si no lo hubiera salvado, el Holocausto no hubiera sucedido y el mundo sería un lugar mejor, cuando me platicó el video hice esa expresión de sorpresa que él odia tanto, pero que a veces no puedo contener. Hablamos largo y tendido acerca de estos dilemas éticos que a veces se presentan como ejercicios imaginativos y a veces como escenas de nuestras vidas cotidianas, en las que tenemos que decidir si salvamos al niño Adolfo o lo dejamos caer, mi madre y mi abuela me enseñaron con el ejemplo que a nadie se le deja caer, esta es la compasión radical, la misma que tienen las dos ancianas del cuento de Velma Wallis primero con ellas mismas y luego con su tribu, su familia. Supongo que para mí aquí hay una clave importante: todo sentimiento nace primero hacia una misma, toda actitud se práctica primero hacia una misma, luego podemos hacer el intento de colectivizarlo.
Hoy las mujeres estamos atravesando una transformación intensa y muy diversa de auto-observación, sanación y empoderamiento, hablando de feminismos, deconstrucciones, amor romántico, interseccionalidad, fiscalización del tono y tenemos muchas preguntas, deseos, frustraciones y demandas que necesitamos estudiar, expresar y trabajar, uno de esos temas es nuestra feminidad.
Hemos sido llenadas de tanta información acerca de lo femenino, que si es sagrado, dulce, débil, transformador, vital, indestructible; somos muchas generaciones, geografías y paradigmas conviviendo a través de redes que nunca antes habían sido tan globales, que a veces la lucha se torna confusa, para mí es como ser revolcada por las olas en el mar, no logro entender si estoy afuera o adentro, por eso hoy yo me desmarco de lo femenino como un tópico que me define, yo Natalia Reza me aferro como si fuera un flotador a la ternura, al cuidado, a la compasión y hoy entiendo que estas no son características con las que nacemos los mujeres, sino que son hábitos que se nos enseñan a las personas que nacemos con vagina, es una construcción cultural, yo más que abrazar esta parte del mandato de la feminidad, me aferro a la cultura del cuidado y el acompañamiento, para que nadie se quede fuera, para que nadie se sienta indigno de amor, compasión y respeto.
Hace un tiempo acompañaba a las estudiantes de la Licenciatura en Danza de la Universidad Michoacana a través de la Asignatura de Creación Coreográfica y hablábamos de los procesos autobiográficos en sus proyectos de coreografía y Teresa Gutierrez nos introdujo al concepto de mujerosidad cuando nos explicaba cómo su forma de ser mujer se diferenciaba de la mujer en su familia.
Yo acuño el término porque me da autonomía y libertad de acción, la mujerosidad me ha liberado de los estándares de la feminidad, puedo ser vulnerable, o no, puedo ser tierna o no, puedo ser maternal o no, puedo ser sensual o no, usar vestido, usar pants, usar maquillaje, decir groserías, andar en patines, recolectar flores, comprar cerveza, leer novelas románticas ó distópicas, leer feminismos, viajar sola, viajar acompañada, tener un grupo de amigas, tener un grupo de amigues, procurarme métodos antifecundativos y anticonceptivos y nada de todo lo anterior está condicionado por mi género, sino por mi construcción personal.
Mi mujerosidad me habilita a hacerme responsable de construir mis experiencias, asumir las consecuencias de mis decisiones con el menor cargo de culpa posible, con mis aciertos y mis errores, establecer límites en mis relaciones personales, colectivas y laborales, soy yo completa con mi patrimonio biológico, mi novela corporal, un ser humano consciente y presente, que resiste desde un lugar crítico, amoroso y colectivizado.
Mis obras, mi trabajo académico y mis investigaciones son autoetnográficas porque no creo en ir por ahí, tomando luchas que no me implican, creo que debo trabajar en reparar las grietas de mi casa antes de ofrecerme a reparar las grietas de las casas vecinas, eso también implica un respeto y escucha activa a las demás luchas; luego mi trabajo camina a la ficción y desde ahí se enlaza a temas universales, es ahí en donde encuentro cómplices, mis vecinas y yo podemos reconocer que tenemos algunas grietas en común.
Apenas conozco a Fran Lebowitz, me he reído mucho con el primer capítulo de la serie documental que le hace Martin Scorsese, en donde ella sarcástica, empoderada y virilizada dice todo lo que se le pasa por la cabeza, en seguida y casi inevitablemente pienso en Yoko Ono, en su activismo, en su enraizamiento y compromiso con el mensaje de paz, amor y libertad, pienso en Sylvie Guillem que empoderada por su indudable talento decide dejar la ópera de París porque no quería seguir pidiendo permiso para vivir su carrera, pienso en Giulia Alfeo que reconfigura los roles de género y expande las posibilidades de la danza, en Catalina Ruiz Navarro que nombra contundente nuestros derechos y nuestra diversidad, en Sofia Coppola que ha colocado algunas de nuestras verdades en el cine, Lia La Novia Sirena que reclama su lugar desde la desobediencia y la reparación afectiva en colectivo, todas ellas hablando fuerte con el micrófono en las manos, ellas son mis referentes actuales de mujerosidad.
Luego pienso en mi abuela Geña, en cómo su mundo cambió cuando se quedó sin madre a los cinco años, de cómo aprendió a salir adelante con los deberes que se le vinieron encima por ser la única mujer, que tuvo que atender a su padre y dos hermanos, que tuvo que dejar la escuela y de cómo convirtió todo eso en potencia para construir su felicidad y ser sorora. Cuidó amorosamente a la familia de siete hijos que formó con mi abuelo Manuel y también ayudó a cuidar de otras familias y enseñó a sus hijos a hacer lo mismo, a subir a ayudarle a la Güera, con los niños que no paraban de llorar, a jugar con ellos, a dormirlos, a llevarles comida, luego llegamos los nietos y también a nosotros nos maternó, cuidó, guío, nos amó.
Mi mujerosidad está compuesta un poco por todo esto, por lo que de esto abrazo y lo que de esto no quiero replicar, pero que no niego su valor, su aporte, sus enseñanzas; así de diversas somos y así de diversa soy yo también, tengo muchos años luchando para no definirme, para no firmar una postura definitiva y eterna a la que le tenga que rendir culto y cuentas, para no sentir que me traiciono, sino que me transformo y que eso está bien. He pedido a las mujeres de mi familia y a mis amigas que dibujen su autoretrato, las imágenes que ustedes ven en el mosaico de la entrada, son ellas acompañándome en este viaje como una estrategia que ilustre nuestra unicidad y diversidad.
¿Alguna vez has visto los caminitos de baba que dejan los caracoles en los árboles? así me imagino que son nuestras vidas, uno de esos caminitos de baba es tu vida y otro es la mía, cientos, miles de caminos de vida brillando en un solo árbol. En mi camino de vida, la danza juega un rol fundacional, las prácticas corporales han sido para mí el árbol por el que me deslizo, la superficie que me da información, de su naturaleza y de la mía, el espacio en el que puedo cruzar camino con otros varios caracoles, a veces solo coincidimos un poco, a veces nos mantenemos juntos algo de tiempo y a veces solo nos miramos a lo lejos con nuestros largos, largos ojos. Bailar me coloca en un lugar en el que la experiencia humana y la divina se miran a los ojos y se reconocen, ahí en medio, yo soy.
Susana Kesselman habla “del cuerpo como el lugar en el que todas las conductas son posibles” así que me imagino que al mismo tiempo que soy caracol soy árbol también, recorro y soy recorrida, soy experiencia y experiencio al mismo tiempo, acompaño y me dejo acompañar, toco y soy tocada, soy alimento y me alimentan. Somos posibilidad y potencia infinitas, por ello me resulta imprescindible el fomento de la creatividad en la educación, porque ser creativas nos permite inventarnos y reinventarnos, encontrar soluciones a situaciones que a veces parecen no tener salida, entrenarnos a entrar al laberinto, a veces con cuerda, a veces con dron, a veces con los ojos cerrados, confiando en que siempre, siempre, saldremos de ahí.
En la creación y en la vida encuentro urgente disolver los juicios y abrazar el error, lo que implica por su puesto un encuentro con el dolor, pero el dolor es brújula, nada nos conecta tanto con nosotros mismo como el dolor, dice también Kesselman que hay que usar el dolor como camino para desentrañar la mentira, creo que eso que hemos construido durante años debe disolverse como el azúcar en el agua o si es el caso derribarse como el muro fronterizo para reconocer que del otro lado hay otra versión.
“Cuando uno improvisa, uno va en contra de los propios
esquemas corporales, el propio entrenamiento, la forma siempre repetitiva de
los mismos gestos. Muy rápidamente uno se encuentra paredes tan altas como las
que se encuentra en un proyecto escrito. Pero este es un aspecto interesante:
la posibilidad de mirar y tocar las paredes que crean la educación, la
historia, el hábito. Mencionarles en lugar de escapar. (…) En este sentido, la
improvisación es una forma de arqueología de uno mismo” Boris Charmatz
Mi mujerosidad también está construida de esta cita de Charmatz, voy en contra de mis propias estructuras al bailar y al vivir, observo y reconozco mis fronteras y luego trabajo conscientemente en disolverlas, para no ser esclava de mí misma, para evitar la repetición innecesaria de los mismos gestos, para acompañarme y acompañar con amor soltando las resistencias y reconociendo también que hay procesos para los que aún no estoy lista y saber hacerme a un lado antes de lastimar, porque la venganza no baila bonito.
La mujerosidad como un concepto nuevo, me permite la imperfección, el error y el dolor como caminos no solo de auto-reconocimiento, sino también de autodestrucción y autoconstrucción cíclica eterna y transformadora, la feminidad ya está toda escrita y sobre-escrita, interpretada, interpelada, estudiada y clasificada; la mujerosidad es para mí un territorio nuevo para explorar y hace mucho eco en mis procesos de creación, porque no hay reglas que debo seguir o caminos que debo caminar para ser aprobada, Tere me señaló la entrada al laberinto y ahí voy yo a tientas con un poco de miedo, pero con mucha más curiosidad.
Creo que lo que quiero decir, es que mi lugar en la resistencia, mi activismo en los feminismos, la creación y mi solidaridad con las demás mujeres no me implica un abandono y desentendimiento del cuidado, la ternura, la admiración, la compasión y el respeto radical hacia mí y hacia todo ser vivo. Observar, construir y enunciar mi mujerosidad me posibilita una postura de paz, armonía y esperanza. Creo en la humanidad, creo en un futuro común posible, sigo adentrándome al laberinto sin mucha idea de lo que voy a encontrar y haciendo lugar para aquelles que me quieran acompañar.
Esta ponencia la detonó la invitación que recibí a participar en el XVI Coloquio de Neurohumanidades, Primer Coloquio Iberamericano "Transdiciplina, Creatividad y Neuroartes Escénicas 2021"
Agradezco profundamente a las mujeres que compartieron conmigo sus autoretratos y también a las mujeres que quisieron hacerlo y no pudieron, a veces yo tampoco puedo hacer todo lo que quiero y eso está bien.
que belleza lo que escribes, me deja huella hacia dentro. Gracias, Johana
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