MAMUBA



Ella era Mamuba una mujer hermosa de ojos parlantes, su cabello era largo, negro y lacio como la lluvia, de pies descalzos y vientre  lo suficientemente amplio y amoroso para que llegara siempre que lo deseara, un hijo. Usaba pulseras que contaban historias. Llevaba una mochila que era mas grande que ella misma. La mochila iba adornada con listones de colores,  colgaban de sus costados aretes sin par que las tías le habían regalado, cadenitas de oro que las abuelas acostumbraban heredar a los mas pequeños cuando sentían que se acercaba el momento de reintegrarse al cielo, consejos de los hermanos mayores, miedos de los padrinos, una foto de la familia en donde salían todos con los ojos bien abiertos. Bordado con hilos de tres hebras, los rostros de sus  tres perros, un oso y un colibrí, adornaban la parte frontal de la mochila. De uno de los listones iba bien sujeta su muñeca, para que en las noches pudieran dormir bien abrazadas y así en el silencio y la oscuridad, en la quietud y mirando las estrellas, Mamuba pudiera pedirle consejos. El peso, el tamaño y la posición de la mochila la obligaban a ir erguida.  Y así caminaba por la comunidad ayudando a cuidar del fuego, cantando, jugando con las niñas y los niños, cuidando de los animales, platicando con las abuelas y los abuelos. Mamuba se preparaba sin adivinarlo para emprender un viaje.

Vivía en un claro del bosque espeso, verde y húmedo. La neblina de las mañanas se disipaba conforme los pensamientos de los habitantes se iban aclarando, con cada sorbo de café, con cada ladrido de perro, con cada cacerola que chocaba contra el fuego,  con cada anciana que dejaba surgir un profundo suspiro de alivio, con cada pez que saltaba dentro del gran río que fluye, con cada niño que inventaba un juego, con cada madre que olvidaba el nombre de su hijo y gritaba el de algún hermano. La comunidad olía a zarzamoras, a leche de madre y a pino. Se escuchaban los pájaros carpinteros,  las copas de los árboles sacudirse el follaje, las águilas sobrevolando, los petirrojos buscando insectos, la madera crujir bajo las pisadas de los osos, los recién nacidos durmiendo y los hombres riendo.

Mamuba solía creer que este lugar en el que ella vivía era perfecto. Hasta que un día el consejo de sabios mandó llamar a su madre y le dijeron:
- Mamuba ha dejado de ser una niña, tu labor es iniciarla en un deber- ante la mirada dubitativa y angustiada de la madre los sabios continuaron -que nada te preocupe hemos decidido que Mamuba se dedique al linaje familiar, queremos que dance nuestra historia.
La madre de Mamuba contestó:
-Mamuba es un espíritu libre, dudo que pueda iniciarla en un deber… -Pero has iniciado a tres mas de tu familia, cuál sería el problema ahora -preguntaron los sabios.
-Yo no lo llamaría un problema, lo llamaría libertad.
-Pero mujer aquí somos libres, nadie está obligado a nada. Esta es una oportunidad de que Mamuba elija un camino y qué mejor que danzar nuestra historia, a ella le vendrá muy bien, lo tiene natural, habla con los animales, juega con los niños y escucha a los viejos, no la estamos enviando a cazar, a talar o a defender, danzar es un gran privilegio. No te angusties mujer, ve y cumple con tu deber.

La Madre de Mamuba sentía que la palabra mujer salida de los labios de los sabios  la aplastaba, le oprimía el corazón, el deseo y el arrojo, le obligaba sin querer a bajar la mirada. La Madre se fue caminando lento hasta la orilla del gran río que fluye y ahí se quedó sentada durante horas, mirando el agua, y el otro lado, aquel otro lado del río.

Cuando estaba a punto de ponerse el sol, las personas se juntaron como todos los días alrededor del fuego y compartieron alimentos, cantos, rezos, y noticias. Mamuba y su familia estaban allí, mezclados entre todos lo miembros de la comunidad. Cuando lo creyó conveniente la Madre de Mamuba frotó unas ramitas de abeto blanco y su esencia flotando en el aire hizo que los miembros de la familia se reunieran en torno a ella.  Anunció: -Mamuba he hablado con los sabios, la hermana menor preguntó:
- ¿Que te dijeron Madre?.
La Madre dio la noticia, Mamuba y los demás estaban felices y satisfechos, la felicitaron y abrazaron.  Después de un rato de que la familia disfrutara de la noticia, los sabios la hicieron del conocimiento de toda la de la comunidad, algunos se acercaron con Mamuba a felicitarla y a darle un regalo para su mochila, un deseo, un saludo, un recuerdo; Algunos dijeron al aire que eso de danzar no era un deber, que todos las personas deberían ayudar a tener comida, madera para el fuego, pieles para el frío, oro para las cadenitas de las abuelas; Otras personas creyeron desear el destino de Mamuba y la maldijeron. Mamuba se sentía muy cansada, la mochila nunca le había pesado tanto. 

Durante varios meses la Madre de Mamuba se dedicó a mostrarle los movimientos con los que se expresaba la historia de su comunidad, la manera correcta de ejecutarlos y qué sentimiento debía emanar desde sus adentro para darles una correcta interpretación. Tenía que aprender etapas de cada paso para finalmente completar un proceso  que garantizara que siempre le saldría igual. De vez en cuando Mamuba dejaba que el movimiento la sedujera y hacía surgir su propia forma de danzar, pero la Madre le explicaba que eso nunca podrían verlo los sabios, “te expulsarían” le decía con tono grave. Algunas personas de la comunidad habían visto aquellos movimientos nuevos que hacía Mamuba, a unos les gustaban, les hacía sentir una conexión difícil de explicar, pero otros mas fueron con los sabios y les dijeron lo que Mamuba y su Madre estaban haciendo.

Los sabios no podían tolerar ése tipo de comportamiento, se le había confiado a Mamuba la historia de su comunidad, no era un juego, no podía ella hacer lo que le diera su gana con el legado de su cultura, qué era eso de inventar movimientos, había que poner orden, y si ella no cooperaba perdería sus privilegios. Los sabios llegaron todos juntos con sus bastones de Sequoia, ataviados en pieles de lobos,  con mirada severa y la tensa calma que anunciaban sus pasos.  Le pidieron a Mamuba que les mostrara sus avances, ella lo hizo a la perfección, así como ellos lo habían previsto. A continuación le pidieron que les mostrara los pasos de los que la gente estaba hablando. Mamuba y su Madre se miraron angustiadas hasta que Mamuba tomó valor, se colocó entre ellos y comenzó a fluir en emociones, estímulos sonoros, visuales y olfativos que se traducían en movimientos sinuosos y flotantes, que Mamuba no percibía como nuevos, ella sentía que sus ancestros se movían con ella, que le susurraban al oído y al tobillo, que soplaban sus caderas y miraban a sus ojos, que la guiaban, sus ancestros personas, sus ancestros osos, sus ancestros pájaros, sentía que el gran río que fluye bailaba con ella, que el viento entre sus cabellos de lluvia la abrazaba e impulsaba. Los sabios indignados murmuraban entre dientes maldiciones a Mamuba y a su madre. De pronto las pieles que envolvían a los sabios comenzaron a moverse, primero suave y casi imperceptible, luego mas intenso, mas determinado, se desprendieron de los cuerpos de los sabios que quedaron desnudos, sorprendidos y mudos. Las pieles de lobos parecían estremecerse y pronto comenzaron a aullar, cuando pudieron sostenerse firmemente sombre las cuatro patas echaron a correr cruzando el río y perdiéndose en lo espeso del bosque. Uno de los sabios atinó a sujetar de un brazo a Mamuba gritando tan fuerte como un árbol que cruje al caer “basta”. Mamuba paró y todo paró. Su Madre corrió a arrebatarla de las manos de los sabios que ya la jalaban de un lado al otro, de los brazos, los cabellos, las ropas. Con su cuerpo salvaje los apartó de ella usando toda su fuerza y coraje. La gente se fue acercando al evento y pronto todos los que integraban la comunidad estaban reunidos, incluidos los familiares de Mamuba, todos sin entender muy bien lo que pasaba, pero intuían que Mamuba había desafiado a los sabios, en realidad Mamuba había desafiado el orden.

La Madre de Mamuba sostenía a su hija entre los brazos, su padre y sus hermanos se pararon junto a ellas, los amigos de la familia también, conocían las virtudes de Mamuba, ella no podía ser mala.  Los sabios desnudos e impotentes no encontraron mas salida que expulsar a Mamuba, justo como lo había advertido la Madre, y amenazaron a quienes se pararan a su lado sufrir el mismo destino.


Mamuba por fin estaba lista para emprender su viaje.  Su Madre le regaló un pedazo de su corazón y la promesa de hacerla presente en sus pensamientos todos los días, su padre le regaló una navaja que él mismo había fabricado, su hermana pequeña le regaló la esperanza de volverse a ver y sus hermanos mayores le regalaron un mapa, una piel de lobo, y unos zapatos. Mamuba y sus amigos se regalaron sonrisas, lágrimas y buenos deseos. Todo lo echó en su mochila. Después de despedirse se encaminó hacia el gran río que fluye, a su lado caminaban los tres perros, el oso y el colibrí. Cuando llegaron a la orilla la perra mas joven se quedó sentada mirando cómo Mamuba y sus compañeros se introducían al río, Mamuba comprendió su decisión y regresó a despedirse, la abrazó y besó, arrancó sin pensarlo un listón de su mochila y se lo colgó al cuello, le agradeció con ese gesto quedarse a acompañar a su familia. Mamuba y la manada cruzaron el gran río. Era frío y furioso, potente, soberano. Y sin embargo cuando Mamuba puso el pie desnudo dentro de él, fue dócil, amoroso y permitió que la manada cruzara. Al llegar al otro lado Mamuba sintió el deseo de voltear hacia atrás a decir un último adiós a la comunidad, pero escuchó susurrar al viento “no te detengas, sigue adelante”, así lo hizo. La manada se adentró al bosque, el oso por delante, caminaba con paso firme olisqueando en todas direcciones, el colibrí, revoloteaba sobre Mamuba y de cuando en cuando descansaba sobre su cabeza, el perro corría lejos para husmear y regresaba cada vez a los pies de Mamuba, la perra no se apartaba de su lado, iba nerviosa y atenta. Mamuba iba en medio de todos, decidida a sobrevivir, contenta y maravillada por estar por primera vez del otro lado del río, un poco asustada y un poco curiosa. Le sorprendía estar feliz, y estar feliz a pesar de las circunstancias le gustaba. Caminaron sin parar durante horas, oliendo, observando, probando. Cuando menos lo imaginaron el sol empezó a ponerse y  escucharon aullidos, en seguida llegó a rodearlos una manda de lobos, caminando lento, con las miradas fijas en Mamuba. El oso y los perros la rodearon  dispuestos a defenderla, pero Mamuba los acarició y les dijo: -tranquilos, son nuestros hermanos-. Había reconocido las miradas de aquellos lobos, estaban agradecidos, ella los había liberado. Dirigieron a la manada hasta una cueva en donde pudieran descansar seguros. Resguardaron la entrada toda la noche, el oso no durmió.

A la mañana siguiente ambas manadas se despidieron, estaban en paz. Continuaron su viaje sin rumbo comiendo semillas, hongos y frutas. Mamuba notó el peso de su mochila, se detuvo y la colocó en el suelo, la abrió y comenzó a sacar una a una sus pertenencias, encontró una piedra y se preguntó qué hacía ahí, no recordaba haberla puesto, era hermosa, gris, lisa y fría, le recordaba al río, la besó, la adornó con flores de todos colores y le agradeció la compañía, le explicó que necesitaba dejarla, que pesaba mucho y que no le pertenecía, su lugar era ése, el camino. Guardó una vez más sus cosas en la mochila y continuaron el viaje. El viento hacía volar los listones de su mochila y ocasionalmente alguno se desprendía y salía volado, quedando atorado en las ramas de los árboles. La mochila ahora pesaba menos y la manada avanzaba feliz. En un claro del bosque encontraron un agujero tan grande que llamó su atención, el primero en entrar fue el perro y todos lo siguieron, pero Mamuba y el oso pronto tuvieron que agacharse para seguir avanzando, el camino se estrechó tanto que Mamuba tuvo que continuar a gatas, para su sorpresa el hoyo los llevó hasta otro espacio amplio del bosque en donde había una cascada y el clima parecía ser otro, era cálido y soleado, los árboles aquí no eran tantos y el follaje ligero permitía la entrada de la luz. Se bañaron en la cascada y comieron frutos que no conocían, mientras todos descansaban Mamuba volvió a abrir su mochila, esta vez encontró un pequeño arbusto de zarzamoras, le pareció una hermosa casualidad y decidió sembrarlo, y mientras lo hacía deseó: ojalá que la próxima mujer que camine estos pasos las encuentre y las pruebe, así conocerá a mi comunidad. De entre unos troncos apareció una anciana, con los cabellos largos, blancos y trenzados, miró a Mamuba como si hiciera mucho que no veía a otra mujer, se acercó con cautela mirando al oso, al colibrí y a los perros, pero no había miedo en su mirada, había bondad. El perro se acercó a la mujer como si la conociera de antes, lamió sus manos y su rostro, se sentó junto a ella y recargó su cabeza en sus piernas. Ella le contó su historia a Mamuba y parecían tan similares ellas dos, Mamuba supo entonces que había mas como ella en el bosque, que se reunían alrededor de un fuego y danzaban y cantaban, compartían alimentos y cuentos, que tejían historias y sonreían a la luna. Mamuba quiso saber si podía unirse a la celebración y la anciana le dijo que aún no estaba lista, que debía continuar su camino. Mamuba quiso regalarle una cadenita de oro a la anciana y ella a cambio le regaló una sonrisa sin dientes que quedó grabada en su corazón. Cuando se despidieron el perro se quedó junto a la anciana y Mamuba supo que se quedaría, lo abrazó, lo besó, arrancó un listón de su mochila y se lo ató al cuello. -Gracias siempre. le dijo. El perro lamió su cara y parecía sonreír.

La manada regresó por el hoyo al bosque, ya era de noche, se recostaron todos juntos, y mirando las estrellas se quedaron dormidos.  Así pasaron muchos días y semanas y meses. Caminando, conociendo, pensando, acompañándose, cuidándose. Cuando un día vieron a lo lejos una comunidad, todos se detuvieron, se miraron, Mamuba les confesó que tenía miedo -¿qué pasará si también ahí hay sabios?- El bosque estaba bien, tenían todo lo que necesitaban y podían bailar libremente. El oso le recordó a Mamuba que pronto llegaría el invierno, que ella sabía cuidar del fuego, pero no sabía encenderlo y que él debía dormir, quién la iba a cuidar, la perra que no se separaba de Mamuba estuvo de acuerdo con el oso y el colibrí también la animó. Mamuba sintió la necesidad de abrir su mochila una vez mas y sacó de un pañuelo un miedo que le había regalado un padrino, lo dejó volar y desaparecer en el viento. Entró la manda a la comunidad, era como la suya, pero mucho mas grande, con un fuego en medio, también olía a leche de madre pero no a zarzamoras, con un montón de personas esperando su llegada todos sonriendo, los niños corrían alrededor de ellos arrancando los listones de la mochila y tocando sin prudencia a los animales, la manada estaba feliz, habían encontrado un lugar para pasar el invierno.

Les ofrecieron agua y comida, les invitaron a descansar. Desde los mas pequeños hasta los mas ancianos, desde los mas ocupados hasta los mas aburridos querían escuchar su historia, Mamuba les contó todo, les habló de las reglas de la danza, de la importancia de respetar las tradiciones al pie de la letra y de la prohibición de encontrar sus propias danzas, todos se sorprendieron, les parecía horrible. Le explicaron a Mamuba que ahí todos danzaban como deseaban. Mamuba casi no lo podía creer, le parecía maravilloso, les ofrecían alimentos, eran amables y había libertad, toda la libertad con la que ella soñaba. Así que lanzó una propuesta y les dijo que si los dejaban quedarse ella cuidaría del fuego, jugaría con los niños y escucharía a los ancianos, a todos les pareció una buena idea, así que se celebró el acuerdo con comida, música de tambores y danza libre. Mamuba danzó cerca del fuego con sus propios movimientos y de vez en cuando surgían de ella aquellos pasos de su comunidad natal, y ella no quería evitarlo porque recordaba su hogar. Pasaron las semanas y la manada ya estaba muy adaptada a la nueva comunidad, aunque de pronto los animales se sentían abrumados porque los niños no respetaban sus tiempos de descanso. Un día Mamuba se percató de que faltaban algunas cadenitas y aretes de su mochila y al poner atención las vio colgando de los brazos y los cabellos de las mujeres, pensó que era simpático y hasta honorable que desearan sus recuerdos. Cuidaba del fuego, jugaba con los niños y escuchaba a los ancianos y por las noches miraba el cielo y danzaba libremente. Una de esas noches Mamuba se disponía a dormir cuando notó que su muñeca no estaba en la mochila, sintió un escalofrío, le pidió ayuda a la perra para buscar a la muñeca, y anduvo de persona en persona preguntando, Mamuba simplemente no podía vivir sin su muñeca, ella la aconsejaba de noche, era su cómplice. La perra volvió a Mamuba y le dijo que a la muñeca la tenían las niñas junto al fuego, corrió muy rápido, al fin llegó y al verla sana sintió un alivio en su corazón, les pidió a las niñas que le devolvieran la muñeca, les explicó que era su cómplice y guía, y que le hubiera gustado que le pidieran su permiso para tomarla. Los adultos se acercaron y le dijeron a Mamuba que era desagradecida, ellos los habían acogido con total libertad, sin restricciones y esperaban lo mismo de su parte. Mamuba no comprendía muy bien lo que estaba pasando, pero la muñeca era algo muy personal no podía permitir que la tomaran para jugar, las personas le pidieron que se fuera, su egoísmo lastimaba a la comunidad.

Mamuba tomó la muñeca, dio las gracias y pidió perdón por no compartir esa idea, ella y la perra se dirigieron a despertar al oso y al colibrí, no fue una tarea fácil, pero lo lograron, les explicaron que reanudarían el viaje y juntos salieron de la comunidad. Mamuba se sorprendió al notar que nadie los despedía, triste y desconcertada se alejó. En el camino no muy lejos la estaba esperando una mujer que le habló:
-Mamuba te quiero regalar éste sueño, quiero que vayas tan lejos que logres descubrir en dónde inicia el arcoíris.-  
Y cuando estaba a punto de colgar el listón en la mochila de Mamuba ésta le dijo:
-Discúlpame, pero he decidido que solamente yo colgaré listones en mi mochila, agradezco tu regalo, pero no lo puedo aceptar, tengo que atender mis propios sueños, deseo que algún día tu también atiendas los tuyos. - Mamuba besó a la mujer y se alejó sin mirar atrás.

Caminaron otra vez, días y semanas, el oso iba lento y distraído,  la perra mas nerviosa que de costumbre y el colibrí descansaba casi todo el tempo sobre la cabeza de Mamuba, lo espeso del bosque les dificultaba descansar, no encontraban claros, tenían semanas sin disfrutar del sol, no sabían ya hacia donde estaba el gran río. Ella pensó que tal vez debería decidir a dónde ir antes de seguir caminando. Se detuvo, y abrió su mochila, ella llevaba un mapa, su hermano se lo había dado. Lo extendió sobre el suelo y lo observó, miro a su alrededor, y una vez mas miró el mapa tratando de descifrarlo, del mapa surgió una pequeña  luz parpadeante y supo entonces qué dirección tomar.

Hacia allá caminaron un par de días mas y llegaron al fin a una nueva comunidad, ahí todo parecía distinto había estructuras de madera altas y pintadas de azul, Mamuba y la manda descubrirían mas tarde que se usaban para dormir, había pequeñas veredas  de piedras que conectaban las estructuras, no había fuego al centro.  Salieron a recibirlos cinco hombres que le preguntaron a Mamuba qué buscaba, -en realidad no lo se- dijo ella. Cuando aquellos hombres se aseguraron de que la manada no era peligrosa les invitaron a pasar, a comer y a quedarse. Todos querían aprender las danzas de Mamuba, las tradicionales de su comunidad y las que ella misma inventaba. Jugaba con los niños, escuchaba a  los ancianos, y aunque extrañaba el fuego tenía a su manda. La comunidad enseñó a Mamuba a construir su propio dormitorio y a seleccionar las semillas que caían de los árboles, algunas para comer y otras para teñir las ropas. Las mujeres se reunían en un ojo de agua a bañarse, a cepillarse el pelo  y aprovechaban para hablar de las cosas de la vida, fue ahí que Mamuba se enteró que las que danzaban pertenecían al Gran Señor y que ella pronto debía comenzar a pasar las noches con el. Esa misma noche la manada huyó.

Encontraron otra comunidad en donde le permitían entrar a ella, pero a los animales no. Otra mas en donde no podía bailar las danzas de su comunidad de origen. Una comunidad en donde los que danzan vivían apartados de los demás. A todos en sus respectivas comunidades sus costumbres les parecían correctas y naturales. Mamuba extrañaba a la suya comunidad. Si tan solo le permitieran ser libre.

Una noche con luna llena Mamuba y la manada descansaban tirados de espaldas mirando las estrellas y tuvieron un sueño. Su madre y su hermana menor  estaban desesperadamente intentando cruzar el río, Mamuba y la manada despertaron  sobresaltados, todos con la misma sensación que dejan los sueños cuando son muy reales, sin saber bien a bien en dónde estaban, queriendo ayudar, defender, estar allí. Mamuba supo que tenían que volver, todos  lo supieron. Corrieron como no lo habían hecho en todo el viaje, corrieron como no lo habían hecho en sus vidas. Descansaron poco, durmieron poco, y comieron poco. Encontraron la orilla del gran rio que fluye y lo siguieron día tras día hasta llegar a percibir el olor a zarzamora, pino y leche de madre. Caía una tormenta violenta y fría. Conforme se fueron acercando, pudieron ver aquella imagen que vino en sus sueños, la Madre y la hermana corriendo hacia el gran rio, los sabios venían detrás de ellas y detrás de los sabios la familia de Mamuba y los miembros de la comunidad.

Cuando la manada al fin llegó se lanzaron al río sin pensarlo y ayudaron a la Madre y la Hermana a salir de él, los sabios sorprendidos de ver nuevamente a Mamuba se detuvieron en seco, se encontraron una vez mas y después de tantos años, en medio de Mamuba y la comunidad. La Manada fortalecida por las experiencias del viaje se plantó de frente a los sabios resguardando a la Madre y las Hermanas, y Mamuba debajo de la lluvia,  y con el susurro de sus ancestros que venían con el viento habló así:

Los ancestros están molestos, han sido ofendidos. Han hablado en nombre de ellos, pero no han dicho sus palabras. Ustedes consejo de sabios han mentido. ¿Hace cuánto que no escuchan ya los susurros del viento? ¿Hace cuánto que se ocupan mas de ser sabios que de ser ancianos? Por qué señalan a los otros, cuando el dedo con el que lo hacen está en su propio cuerpo. Dejen ya de dictar reglas.  Seamos ejemplo, y que aquello que concluimos con nuestras experiencias, eso deseos de pertenencia, congruencia y continuidad no se vuelvan una imposición moral para el otro. Los deberes están aplastando nuestra libertad, y sin libertad no podemos ser felices. Seamos felices, seamos hermanos, cuidemos los unos de los otros, veamos la riqueza en la diversidad que somos. Dejemos de creer y alimentar la creencia de que un grupo de personas pueden dictar el rumbo de nuestra comunidad. Nuestra vida está en nuestras manos, somos responsables de nuestro desino.

Las personas escuchaban a Mamuba con gran deleite, Mamuba decía verdad, sus palabras hacían eco en sus oídos y en sus corazones. Comenzaron a ver a los sabios de otra forma, de alguna manera todos sabían lo que Mamuba estaba diciendo pero no se habían atrevido a decirlo, ahora que era nombrado tomaba fuerza, la imagen de los sabios estaba modificada. Ahora los sabios parecían mas unos buitres, viejos encorvados, con ojos agudos, expresiones severas que no ofrecían paz y mucho menos sabiduría, pero si miedo y desconfianza.

Mamuba continúo:

Me he encontrado en el exilio, éste viaje me empujó a conocerme. Me adentré en el bosque que era yo misma. Ustedes me han impuesto un castigo pero en realidad me han dado un regalo de vida. Hoy soy aquella que fui, pero no soy la misma y se más que nunca que pertenezco aquí, aquí está mi hogar, mi familia, mi historia. Y vengo a reclamar mi derecho a pertenecer. Esta es mi comunidad y no será fácil echarme otra vez. Mis ancestros me visitan aquí, necesito pisar sus pisadas, necesito sentir sus ritmos, y necesito que ellos se alimenten de los míos también. He hablado con las estrellas y he visto el fuego de las ancianas de cabellos trenzados, en sus ojos hay bondad y transparencia. He dicho verdad, he danzado verdad. Hoy he dejado de huir a mi destino. Acepto mi responsabilidad de danzar los pasos de mis ancestro, de conservar la esencia de la danza, de transmitir el cuidado, la empatía, la solidaridad, el arrojo que enseña el movimiento, el mío y el del otro, el del espacio que puedo percibir con los sentidos y el espacio que puedo percibir con mi intuición. Y en ésta promesa viene también implícita la libertad, dejar que la vida fluya, que las nuevas generaciones encuentren su lugar así como yo he encontrado el mío, que puedan crecer sin la presión de ser perfectos, de agradar, o de servir.

Poco a poco mientras Mamuba pronunciaba estas palabras, los sabios comenzaron a volverse árboles secos, huecos y así, ante la mirada de la comunidad se deshicieron en pedazos que en seguida se estaban convirtiendo en polvo para que el viento se los llevara lejos, muy lejos.

CUENTO ORIGINAL DE NATALIA REZA, 
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
FOTOGRAFÍA DE ERIC SÁNCHEZ




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