SOL DE INVIERNO
Que se llenen mis ojos
de todo,
del sol de invierno, de las nubes blancas y desdibujadas, de las carreteras y
sus paisajes: primero boscosos y luego áridos, de los lagos sin pescadores, que
se llenen mis ojos de quietud, de paz, de tranquilidad, abrazos, sobremesas
largas y buenos deseos para el otro, para uno, para el mundo.
Que se llenen mis pies de estos ritmos de fiesta, en donde
ataviados de gozo, risas, cantos, traspiés, todos bailamos juntos. Que se llene
mi espíritu de ancestros, de viajes, de historias de familia, de futuros
inciertos que confían en el destino.
Que se llene mi voluntad de fuerza y arrojo, de valor con
valores, que no desee un beneficio personal que amenace la integridad del otro.
Que cada pensamiento, acto, sueño apele a este sol que es un final y un inicio,
que es un domingo que amanece lunes, que es un enlace, un eslabón, una unión
que se refuerza año con año, día con día. Un eslabón entre personas, con la
Tierra, y con el Universo.
En una realidad que es muchas realidades, debemos ponernos en
los zapatos del otro varias veces al día, y ojalá queramos construir en
conjunto sin esperar que los otros cubran nuestras expectativas, que recordemos
siempre que nadie tiene la obligación de hacernos felices, que esa es una
decisión de vida, como quedarse en un balance: depende de uno mismo.
Siempre he creído que los bailarines estamos hechos más de
voluntad que de técnicas, eso nos mantiene siendo humanos, personas comunes, y
esa es una bendición porque es eso también lo que nos sostiene en el escenario:
nuestras historias de vida, nuestro linaje, nuestro maridaje con la realidad: cenar
en familia, bailar y cantar, corretear a los niños, acariciar mascotas, hacer
las compras, comer hasta que se distienda la panza, lavar los trastes, reír de
todo y resolver el mundo en el café. Sin esta realidad estamos perdidos,
hacemos obras sobre la nada, nos repetimos una y otra vez, nos juzgamos sin
piedad, nos vamos encerrando cada vez más en una burbuja y nuestras neuronas se
especializan tanto que se vuelve una imposibilidad leer lo demás, lo que es
distinto, lo que no es nosotros, dejamos de comprender el mundo, las otras
realidades, la vida.
Y es tan fácil después envenenarnos, ponernos unos en contra de
otros, es tan fácil dividirnos, echarnos a pelear como gallos. Por eso en este diciembre que será enero yo
deseo que se llene mi corazón de bondad, de amor, de solidaridad, para que las
decisiones las tome desde ahí, y mis argumentos de vida no vengan desde la
última cadena leída en redes sociales.
Que
estos recuerdos puedan acudir al rescate cuando todo parezca caótico,
aplastante, cuando de regreso al cotidiano la realidad del alza a gasolina y la
luz, los incumplimientos de contratos, el cinismo con corbata y camionetas
blindadas, con sus promesas no cumplidas, los recortes presupuestales a la
cultura, nos alcancen otra vez. Que ser humano no se desvanezca, que no tenga
fecha de caducidad.
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