CUANDO EL CABALLO VUELVA




El caballo que aparece en mis sueños es muy grande, tan grande que la pesadilla se trata de no poder montarlo. Algunas veces lo he logrado, lo monto y cabalgo con él a través de un infinito campo en otoño. Siempre que lo monto es a pelo, me tomo de sus crines para no caer, mientras él intrépido, galopa a toda velocidad saltando troncos de árboles caídos, piedras, escaleras de pueblos viejos. Mi caballo es de color crema y puedo ver cada uno de los músculos que lo componen, el contacto de mi pelvis con su lomo genera unas venas de luz que nos unen, a través de ellas, puedo sentir su fortaleza y determinación como si fueran mías.

Cuando despierto y me veo aquí, en esta realidad que oprime, dictamina, anula, me pregunto ¿a dónde van las mujeres cuando mueren? ¿Cómo debe morir una mujer? Nos han enseñado que las mujeres debemos vivir invisibles y silenciosas, ¿será que eso se espera de nosotras al morir también? Que nadie nos extrañe, que nadie nos recuerde, que nadie nos busque en un barranco, en un río, emparedadas en nuestras propias casas, que no importe la vida vivida, la muerte sufrida, que nadie haga justicia porque calladitas nos vemos más bonitas.


A veces pienso que estoy aquí porque mi caballo no ha vuelto. Es como si estuviera viviendo una vida prestada o más bien en alquiler. Pero cuando el caballo vuelva, me iré con él y atravesaremos esos campos en otoño observando cómo todo a nuestro paso se vuelve primavera, cómo de noche y de día salimos a la calle a estallar en colores como si el mundo fuera nuestro también. Esa vez no me costará trabajo montarlo porque entonces habré entendido que el caballo soy yo. 

Texto original de Natalia Reza
Fotografía de Eric Sánchez
Imagen de la función de estreno de LA TEMPESTAD COMPAÑÍA DE DANZA

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