CORRER DESCALZA
Amanece temprano aunque sean vacaciones, aquí no hace frío, estamos a veintinueve con sensación térmica de treinta y tres. Salgo al balcón y estiro mi tapete. Respirarme, ajustarme, reagruparme. Luego salgo a caminar y me dan ganas de correr, pero no traje mis tenis, así que mejor sigo caminando, me gusta sentir la arena en mis pies, entre mis dedos, salpicando mis pantorrillas, me gusta cómo me hundo, poco, no mucho, lo necesario.
Mientras avanzo comienza a salir el sol y observo cómo se quedan las marcas de mis pies en la arena. Como quello que fue mío, que estuvo en mí y que deja cuenta de que estuve allí, que habla de mi peso, mi velocidad, mi tracción y mi empuje. Mi voluntad. También es aquello que me mira desde atrás alejarme, siendo la misma pero distinta, con menos piel, con más historia.
Me encuentro un pez globo muerto, siento un poco de miedo y un poco de asco también, tal vez en mi siguiente vida no sea un pez japonés y sea éste pez globo que yace en la playa, junto al que pasarán personas todo el día, junto al que pasaré yo en mi versión humana.
Un pez sin funeral, sin entierro, ni cremación. Un pez sin palabras conmovedoras, tías llorando, café y anécdotas que pronto pasan de las lágrimas a las carcajadas, porque a veces, hasta en los momentos más difíciles la vida nos hace reír. Pobre pez sin piernas para correr, para escapar. Y comienzo a trotar, suave, lento, como si flotara. Luego un poco más rápido y la vida y las huellas se multiplican y se aceleran y el paisaje se va quedando también atrás y yo, sigo avanzando o escapando, ya no lo puedo distinguir.
Me gusta la diferencia que encuentra la musculatura de mis piernas entre correr en el bosque y correr aquí, me gusta cómo el sol pinta mi piel de otro tono, la sal en mi boca, la humedad en mi nariz, eso de lo que se llenan mis ojos, la agenda vacía, el celular en silencio, esta incubadora de ideas.
He corrido ya tres kilómetros, podría más porque no estoy exhausta, pero voy disminuyendo la velocidad y me detengo a tomar una foto. El paisaje es tan hermoso y dulce que me recuerda los merengues de Coyoacán, las olas me alcanzan y me miro los pies, he corrido descalza, me pregunto si eso hace daño, me meto a google para preguntarle y me dice que ahora a eso se le llama técnica minimalista, aún se estudian los beneficios y costos, en la imagen se ve a un hombre de mediana edad y condición atlética descalzo sobre una corredora de gimnasio, me río un poco y pienso que yo me sentí genial, decido confiar en mí.
Regreso al hotel pensando que hundirme está bien, alejarme está bien, que a veces avanzar y escapar es lo mismo, que olvidar también es bueno, por ejemplo hoy al olvidar mis tenis, aprendí a correr descalza.
Me gustó es superficialmente profundo y juguetón
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