Mi hijo vive en una caja.
“El liderazgo no tiene que ser individualista y masculino, puede ser feminista y colectivo” Angela Davis
Mi hijo vive en una caja.
Tiene cuatro años y aún está fascinado por las cajas, les pone cobijas, juguetes y se mete a habitarlas. Eric le ha hecho cortes a una caja de cartón de forma que Quetzal pueda sacar cabeza y brazos, viaja a todos lados en su caja, incluso va al colegio en caja, come en su caja, mira Totoro en su caja. No se queda dormido, él nunca se queda dormido, eso tal vez es lo único que no hace en su caja y que a mí me gustaría que hiciera.
En lo general él no hace lo que yo quiero y yo disfruto enormemente ser testiga de su libertad y rebeldía, mis papás dicen que le doy demasiadas explicaciones, pero a mí me encanta platicarle del mundo, es mi público cautivo, hace las preguntas más interesantes y da los mejores argumentos en las discusiones.
En cierto sentido yo también he vivido en una caja, dedicando meses de mi vida a decorarla de muchas formas y decenas de historias han sucedido ahí dentro, mi caja es más grande y en los juegos de adultos le llamamos teatro.
Con el paso de los años, tanto Quetzal como yo nos hemos salido de la caja, aunque eso no quiere decir que no volvamos un día a ella, ya dijo Bellinghausen que lo único que no existe es una última vez.
Estoy aprendiendo a tener paciencia y prisa al mismo tiempo.
Cuando era niña adoptamos a una perra, ella tenía mucha paciencia con nosotras, jugaba, corría, saltaba, pero también se quedaba acostada o sentada junto a nosotras. Sin embargo, si ella veía a otros perros, los atacaba y su mandíbula una vez que había mordido, se quedaba trabada. Tenían que destrabarla, los humanos, haciendo palanca con alguna improvisada herramienta. Ella mató al perrito de mi tía y recuerdo que el caos fue intenso y a mí me costó mucho trabajo entender lo que había sucedido.
Yo quiero ser y al mismo tiempo no quiero ser como nuestra perra, porque admiro su paciencia, pero no quiero morder y quedarme atorada con las personas. Prefiero soltar. Quetzal me ha ayudado a hacerlo al clarificar la única prioridad en mi vida: la calma.
Si estoy en calma, puedo mirarlo a los ojos, atender sus necesidades y las mías. Si estoy en calma puedo relacionarme con las demás personas sin morder. Si estoy en calma puedo imaginar futuros posibles con muchas flores, danzas al atardecer, paseos por el campo, brazadas suaves en el mar, fogatas para revivir memorias, libros para leer, libretas para escribir, sobremesas largas y tendidas acompañada de seres hermoses.
Rompimos fuente.
A las seis de la mañana, emocionados Eric, Quetzal y yo pasamos por mi mamá para que nos acompañara al hospital, cuando me ingresaron ella me dijo que tuviera paciencia porque era probable que todavía tardara un rato la llegada. Yo estaba feliz, aunque los dolores las náuseas y el cansancio eran muy intensos. Ya quería cargarlo con los brazos y no con la pelvis, estaba agotada, había vivido los nueve meses más largos de mi vida, sabía ya lo que era vivir esperando.
Me sentaba, me paraba, me acostaba de ladito. Había leído que caminar era bueno, pero caminaba poco porque el piso y mis pantuflas eran una combinación peligrosa. Vino un médico y me explicó que me inducirían el parto porque ya tenía varias horas y no dilataba, también me dijo que nunca habían atendido tantos partos en un solo día, no tenían respiro.
Cuando otra vez nos quedamos solos le expliqué a Quetzal que estábamos en un lugar en el que nos ayudarían a que su llegada fuera más segura y con menos riesgos, que necesitábamos tener paciencia, me dediqué por horas a meditar, cantarle canciones y contarle cuentos, escuchaba la maquinita de censores que tenía conectada a la panza para monitorear sus signos vitales y me quedé dormida.
En mi sueño estaba también en el hospital sentada en medio loto mirando hacia un gran ventanal, podía ver un día soleado, el cielo lleno de nubes y las copas de los árboles en calma, podía ver también una enorme jaula dentro de la cual había una gran diversidad de aves, sus sonidos y colores eran tan bellos que me hipnotizaban. Al aguzar la mirada pude notar que en medio de todas ellas había un majestuoso Quetzal que poco a poco desplegaba sus alas hasta que emprendía el vuelo y rompía la jaula liberándose a sí mismo y a todas las aves. En ese momento me despertó la voz del cirujano anunciándome que me llevarían a quirófano para realizar una cesárea.
Antes de que Quetzal naciera me metía al estudio a crear movimiento, a estructurar frases que cambiaba y combinaba de múltiples formas hasta que las sentía completas, bellas y virtuosas. Luego convocaba a las bailarinas y bailarines a que se aprendieran las frases y dedicábamos mucho tiempo en limpiar y homogeneizar los impulsos, las trayectorias, las direcciones, era casi un TOC, después iba armando las escenas, dirigiendo, componiendo con los cuerpos y finalmente me dedicaba a la producción escénica.
Cuando decidí que estaba lista para ser mamá de Quetzal, tuve esta idea de que ya había dedicado suficiente tiempo a demostrarme y demostrar a los demás que era capaz de cumplir retos escénicos como intérprete y como creadora, había ganado premios, becas y el reconocimiento de mis pares, podía relajarme y empezar a averiguar quién era yo, tenía curiosidad: ¿cómo me movería sino tuviera que demostrar mi nivel técnico, de qué hablaría sino tuviera que demostrar que estaba a la vanguardia, en dónde bailaría sino tuviera que defender mi estatus artístico?
Entonces empecé a convertirme una vez más en mí misma, ese viaje fue como volver lenta y conscientemente a mi infancia, pero esta vez acompañada de Quetzal. A contemplar y sentir antes de accionar. A preguntar, leer, escuchar, antes de hablar. Así que pasaba largas horas observando mi respiración, su respiración, nuestras respiraciones juntas. Observaba cómo se movían nuestros músculos cuando respirábamos, cómo se iban regenerando mi cicatriz de la cesárea y su ombligo, cómo su sistema se iba poco a poco adaptando a la nueva realidad fuera de mi útero, cómo nos costaba trabajo asimilar la separación y entrábamos en calma siempre que lo metía en el rebozo cerca de mi corazón.
Íbamos al parque a tomar el sol y mirábamos la vida suceder, todo lo coreográfico que pasaba frente a mi mirada me fascinaba, ahí estaba siempre, como invisible, pero cuando yo lo veía, destacaba.
Cuando él tenía tres meses de haber nacido tuvimos una temporada de Pernoctologías en el Teatro Ocampo y fue muy interesante vivir el proceso de remontaje juntos porque siempre con las piezas de Chopin lloraba y con Arvo Pärt se dormía, empecé a tener curiosidad de lo que a él le gustaba y qué significaba que algo le gustara, ¿Era solo estar en paz, era sonreír, era llorar? ¿Qué era eso de gustar?
Al mismo tiempo regresé a dar clases, tenía un grupo de niñas a las que le daba ballet con el método de la Imperial que es muy lúdico y divertido, pero también muy tradicional y anquilosado en temas de género y clases sociales, empecé a preguntarme si era saludable que Quetzal creciera con la idea de convertirse en un príncipe y tener que salvar a la princesa, si todas la niñas que iban a clases de ballet deberían de aspirar a ser princesas, delicadas e indefensas y dejé de dar ballet.
Yo disfruto mucho del silencio, me gusta estar sin tareas, me gusta que esta quietud siempre me lleva al movimiento, entonces reafirmo que bailo porque quiero, el movimiento original es mi voluntad en acción. Bailo quedito porque apenas estoy en la etapa de la limpieza, me imagino que soy un pedacito de palo santo quemándose, deshaciéndome de encantamientos. Hablo de mí porque soy yo misma el mapa para entender esta experiencia humana, planetaria, de conciencia colectiva multiespecie, al hablar de mí me voy desenvolviendo como si fuera un papelito arrugado y olvidado en un abrigo, entonces con paciencia me desarrugo y me leo, me reconozco, me recuerdo. Bailo cerca de la naturaleza porque soy naturaleza, porque si me seco me muero, porque si me guardo me ahogo, necesito luz, viento, tierra.
Conectarme con los espacios naturales, habitarlos, me sitúa en mis memorias, las de esta vida y las ancestrales, mis raíces me hablan y yo las bailo, porque desde los saberes de la danza aprendí a vivir en esta experiencia humana.
Confieso que he pecado.
Creí que las bailarinas tenían la obligación de volver a su estado físico a los tres meses de haber parido.
Creí que las bailarinas con hijes tenían que tener el mismo tiempo que yo, para las reuniones de trabajo, ensayos y giras.
Creí que las bailarinas que faltaban a ensayos porque sus hijes estaban enfermes eran poco profesionales.
Creí que el teatro era un lugar al que se iba de etiqueta y en silencio, las mamás que llevaban a sus hijes me parecían irrespetuosas.
Creí que amamantar en público hacía sentir incómodas a las personas.
Creí que lo más importante de mi vida era la danza.
Mientras escribo esto Quetzal tiene doce años, está atrás de mí tirado de panza en la duela memorizando algoritmos para resolver su cubo rubik, se levanta y me los explica, se toma el tiempo para romper su propio record y se siente orgulloso de sus logros, yo también. Me pregunto si la vida es como uno de esos cubos, que sabiendo y practicando los algoritmos se podrá resolver, me pregunto ¿qué será resolver la vida?
Definitivamente convertirme en mamá de Quetzal me hizo poner en duda muchas de mis creencias, poner más atención en la experiencia que en la expectativa. Me han dicho un par de veces que desde que soy mamá soy otra. No soy otra, soy la misma. Supongo que es solo la consciencia que se expande. Antes de Quetzal pensaba que lo más importante era la disciplina, hoy creo que lo más importante es el amor. Luego entonces, amo la disciplina y me disciplino con amor.
He defendido mi derecho a la maternidad con apego a cada momento, me han prohibido la entrada o pedido que abandone recintos culturales por ir con Quetzal, aún siendo espectáculos para niños, así de increíble como suena, pero yo he defendido nuestro derecho a la cultura, asistiendo al teatro y a los museos a pesar de estas experiencias, dialogando con los guardias, con los directores, con los programadores, también apoyando las iniciativas de actividades al aire libre y de lugares en donde las infancias son recibidas con respeto y dignidad.
Aporto desde proyectos culturales que tienen como agenda los derechos humanos como el Festival de INTERCONEXIONES HUMANAS de Los Locos del Planetario, la Residencia de Creación para Artistes con Hijes de PRIMIGENIA estos proyectos tienen un espíritu de resistencia poética que se puede insertar en el feminismo especulativo ya que el deseo es compartir ejercicios imaginativos de futuros posibles más allá de las subjetividades dominantes.
Estoy interesada en las técnicas como herramientas para el autoconocimiento, para la salud y para la contención. Pero no creo que las técnicas sean la parte fundamental de la danza, desde que soy mamá, creo que la parte fundamental de la danza la pone cada una de las personas, las historias de vida que está dispuesta a develar en procesos honestos y que a veces se pueden compartir con el público.
Creo que para que las manifestaciones artísticas tengan una participación conscientemente política son necesarios los procesos de creación incluyentes y colectivos, esta idea de que la directora, la coreógrafa, las bailarinas, las colaboradoras, las gestoras y las instituciones son islas de un archipiélago, no abona mucho a la colaboratividad, no genera composta, los nutrientes no están interconectados, creo que es por eso que los proyectos, compañías o grupos se deshacen constantemente, porque la identificación es superficial, solo hay un intercambio de bienes y cuando el intercambio ya no reditúa se deshecha, se cambia, se trata más de extraer que de nutrir.
Con los años he ido adentrándome a procesos que no solamente dialogan, sino que transmutan, así desde lo nuclear, dependiendo de las relaciones que se entablan, y cuando éstas relaciones parten desde una necesidad son simbióticas, se trata de apoyo mutuo. Estas ideas, posturas, procesos, formas de vida en el arte, poco o nada tienen que ver con la productividad y el capitalismo de las artes, en cambio tienen que ver con la vida, con las subjetividades, con lo fundamental, nace y alimenta las corresponsabilidades, nos inspira a hacernos cargo de nosotras mismas y cuidar de las demás.
He ido encontrando y reconociendo a otras mujeres que como yo, quieren tener tiempo abierto para disfrutar de los procesos, para observar y sentir antes de comprometerse a un proyecto, para escuchar y ser guiadas por la intuición, mujeres que no buscan un espacio de contención, sino cómplices para construirlo, mujeres que luchan de diversas formas por su derecho a maternar, su derecho a una vida libre de violencia y su derecho a la cultura.
Junto a estas mujeres me he sentido más fuerte y más segura de hacer lo que hago, de hacer siempre espacio para Quetzal y trabajar amorosamente por construir el mundo que me gustaría que habitemos juntes.
Comentarios
Publicar un comentario