Bailando entre libros.
“El camino interdisciplinar en la vida profesional”
Unos trabajadores les dijeron a mis compañeras del departamento que no esperaran mucho de una bailarina coordinando a la Red Estatal de Bibliotecas. Este texto narra la historia de mi metáfora de vida: bailar.
Bailar en todo momento y en todo lugar. Como en esos absurdos musicales en los que los personajes pasan de hablar o tomar café, a empezar a bailar y cantar con un fondo musical que suena como milagrosamente por cada rincón, se unen a otros que sabiendo perfectamente cómo deben mover los brazos en el tercer compás, los usan como impulso para un salto y salen todos a las calles y todas las personas allí se saben también la coreografía y saltan y giran y sonríen plenos y se cargan unos a otros y se miran a los ojos y son dramáticamente sinceros en el espacio público, porque el cuerpo no miente, porque “el cuerpo es el barómetro del alma” como ya nos lo dijo hace muchos años la maravillosa y valiente Martha Graham.
Bailar en todo momento y en todo lugar porque lo absurdo es posible, porque lo posible es la pulsión de la vida, es lo que está ahí parado en el umbral de la puerta, a punto de salir a la calle o entre bambalinas esperando el qiu para entrar a escena y transformar el espacio, porque eso hace el arte: transforma la realidad.
Porque hay de absurdos a absurdos y si la guerra es absurda, es un sinsentido, es el acto de egoísmo más grande en la historia de la humanidad: elijo este absurdo de la danza, el arte, los libros y los círculos de lectura y la poesía. Elijo invertir mis pensamientos, palabras y acciones en gestionar todo lo que hace falta para llevar a cabo un taller, en donde las personas puedan escribir y bailar, puedan bordar y charlar sobre la teoría multiespecie o ver juntas una película de arte, en donde un grupo de maestras y maestros discutan los paradigmas pedagógicos mientras toman café, en donde un grupo de artistas preparen su próxima obra, un grupo de madres se acompañen en la crianza a través de las letras de Amparo Dávila, un grupo de adolescentes se sientan seguras y seguros de expresar su unicidad, de reirse a carcajadas, de tomar un libro u otro y leer un poco, distraerse con cualquier cosa -porque así son los adolescentes- para luego dejarlos en el carrito e irse, sin gritos, regaños o shush, un taller en donde niñas y niños pasen las páginas de un libro de ilustraciones y luego intenten dibujar ellos también. Absurdos así.
La Profa. Arlina Dorneles dijo que el encuentro con la experiencia estética es la metáfora de la persona. Mi metáfora es bailar, quizás porque me impresionó la majestuosidad del teatro perfectamente aforado e iluminado al abrirse el telón en mi infancia cuando vi bailar a la Compañía Nacional de Danza de Costa Rica, con esas hermosas y armónicas figuras que narraban la vida en el campo, el diálogo de lo sutil con lo contundente en los movimientos de bailarinas y bailarines; o quizás porque lo asocio con alegría, alegría en el espacio de lo público como en la fiesta; pero también alegría en el espacio de lo privado como en la casa.
Porque vi a mi madre y a mi abuela bailando y cantando mientras barrían, mientras cocinaban, mientras platicaban y cuidaban niños propios y ajenos, porque vi a mis papás bailar salsa en el comedor después de comer y comprarse ropa especial para ir a la cena de fin de año a los salones de Ciudad de México en donde con música en vivo, bailaban hasta el cansancio; porque mi hermana mayor nos organizaba a mis primas, primos y a mí para bailar las canciones de moda en la sala o en el patio de la casa de los abuelos y nos divertíamos tanto.
Porque en mi adolescencia leí la biografía de Isadora Duncan en donde narra todo lo que tuvo que atravesar de la mano de su familia para dedicarse al arte y eso me hizo comprender que está bien luchar así de vehementemente por consolidar un sueño.
Porque un día, después de leer Memoria de Sangre de Martha Graham entendí que muchas veces cuando bailamos también estamos honrando nuestras pérdidas, esos inmensos dolores que nunca van a desaparecer, que siempre dejarán un huequito en nuestro cuerpo, un vacío que poco a poco nos acerca al abismo y aprendemos a convivir con él.
Que cuando bailamos sanamos y ayudamos a otras personas a sanar también, que muchas y muchos bailarines han escrito porque los saberes no conocen de fronteras y la multidisciplina, interdisciplina y transdisciplina son evidencia de ello. Algunos de ellos han escrito sobre temas disciplinares como la coreología, la escritura Laban, la historia del Ballet Clásico, la historia del ballet Folklórico de México, o bien de su experiencia al bailar como un proceso autoetnográfico, pero también como investigaciones con aportaciones teóricas al campo de las neurociencias, la economía, la pedagogía, la salud y un sinfín de ramas del conocimiento.
Bailarines que han escrito desde lo personal sobre temas que se enlazan con lo universal y nos han dado voz a tantas generaciones, basta leer los mensajes que se emiten cada año por la UNESCO en el Día Internacional de la Danza, mi favorito es el de Mourad Merzouki que en un fragmento dice así:
“Siento por la danza no solo el orgullo de bailarín y coreógrafo, sino también una profunda gratitud. La danza me dio mi golpe de suerte. Se ha convertido en mi ética gracias a su disciplina y me ha proporcionado el medio a través del cual descubro el mundo a diario.”
Y también dijo Martha Graham que “las y los artistas debemos ser ladrones”, porque de los saberes tomamos lo que nos sirve, lo que nos nutre, lo que nos fortalece, lo que nos permite seguir siendo nosotros mismos, nostras mismas, para seguir siendo únicos, irrepetibles e indomables y entonces poder aportar al mundo el famoso granito de arena.
La mayoría de las personas menosprecia el poder del arte, pero el arte es la materialización del espíritu, es aquello que da cuenta de los sueños y anhelos de la humanidad, en el arte habita la potencia de vida, lo posible. Un posible sofisticado, complejo, un posible Marguliano, porque es colaborativo, porque en el arte se teje la comunalidad como el habitus.
Hablamos aquí de arte, pero no de lentejuelas, hablamos del arte como aquellas expresiones del alma, no como entretenimiento, no como la acción de distraer la mente, sino de traerla a cuenta, de reconexión consciente y armónica con el “ser cuerpo”, de experienciar, sostener y procurar la vida, la propia y la colectiva, la planetaria. Porque el arte -a pesar de los constantes intentos de superficializarle- es ritual: devela el sentido de la vida.
El arte también es metodología, porque no se llega a la obra sin un proceso creativo y a diferencia de las películas que caricaturizan a los artistas como “locos”, la vida real nos muestra que son a menudo “genios”. Por eso, el arte desde hace ya muchos años habla de las relaciones interculturales e introduce conceptos como tiempo abierto, escucha activa, dialogo horizontal, respeto a la diversidad, apertura a la otredad y lleva ya muy avanzado el trabajo en colectivos acéfalos: grupos de artistas que como un cardumen se guían mutuamente sin jerarquías, sin liderazgos únicos y en busca siempre del bien común.
Tal vez por el desconocimiento de lo anterior, a algunos les sorprende que yo, una bailarina, reconozca los libros en las estanterías de las bibliotecas que visito y pueda ver fácilmente que algún título está fuera de su lugar. Que yo, una bailarina, pueda guiar procesos no bélicos en un equipo de trabajo porque como dijo Angela Davis “El liderazgo no tiene que ser individualista y masculino, puede ser feminista y colectivo” Que yo, una bailarina, haya publicado un libro y escriba un blogg con miles de visitas. Que yo, una bailarina, sea capaz de administrar un departamento que alberga una de las redes de bibliotecas más grandes del país. Que yo, una bailarina, haga otra cosa que no sea bailar.
Pero no debería sorprenderles, porque eso es la potencia de vida, una fuerza incontenible, indomable, inapropiable, por eso soy hoy una mujer bailando entre libros, disfrutando este sueño hecho realidad, esta imaginería de lograr este maridaje entre la danza y las letras, de formar parte de una bella comunidad de bibliotecarias y bibliotecarios que como la gran mayoría de las mexicanas y mexicanos lo único que quieren es trabajar y vivir en paz.
Una comunidad que emplea sus esfuerzos en brindar los servicios de fomento a la lectura a las personas de las comunidades de las que forman parte, pero sobre todo, a las niñas y niños de Michoacán, porque sabemos que son porosos y vulnerables, que aquello que logremos compartir con ellos lo escucharán con el corazón y esas experiencias serán pequeñas brazas que habiten siempre en ellas y ellos, y que cuando las necesiten las podrán hacer arder, para salir adelante, para reponerse de una decepción, para encontrar la solución a un problema, para encontrar trabajo, para socializar sanamente, para sentirse acompañadas y acompañados, para usar las palabras correctas al hablar, para imaginar otros futuros posibles y para bailar como si nadie estuviera mirando.
La administración pública a diferencia de lo que mucha gente opina, es un acto creativo, porque diseñamos programas que se alinean con el Plan de Desarrollo Estatal, además de objetivos federalea, porque coordinamos los equipos que operan esos programas, porque hacemos ajustes no solo presupuestales, sino de calendarios, metas y vinculaciones, porque generamos diálogos con el personal de nuestras áreas y de otras áreas que tal vez nunca imaginamos conocer, con el objetivo de llegar a acuerdos, mediar conflictos, mejorar lo mejorable, descartar lo que ya no es nutritivo; todo esto requiere de un grado de ingeniería y para ello necesitamos todas las herramientas posibles, herramientas interdisciplinares.
Los actos creativos son procesos imbrincados, no se trata de buscar la pureza, sino la alquimia. Se trata de abrir tanto los ojos que logremos en verdad ver a las otras personas por lo que son, no por lo que tienen, no por sus títulos, propiedades o cargos, sino por la potencia transformadora que habita en ellas, que no existiría sin ellas y con la que podemos dialogar para lograr una mejor versión de nosotras mismas.
Por eso cuando diseño programas, doy clases, escribo un texto, hago una danza, coordino a la Red Estatal de Bibliotecas o dirijo una Compañía o un Festival, hago un especie de sopa de campo en donde las verduras, los granos y las especias al cocerse juntas no se pierden, sino que se combinan para crear un platillo más delicioso y nutritivo que cualquiera de sus componentes por separado.
Esta Narrativa fue detonda y construida
para el Atlas Pedagógico de Michoacán,
con quien comparto los derechos.
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