Decir/nos con el cuerpo



El estudio experiencial del movimiento conecta con una dimensión muy específica del ser: el cuerpo físico, que permite generar conciencia sobre las relaciones con otras dimensiones como: el sistema límbico, que es el encargado de gestionar reacciones físicas ante estímulos emocionales, la psique, con todo su universo simbólico y los arquetipos que nos conforman; incluso en el acto de profundizar en el estudio de éstas relaciones se producen rituales que nos permiten continuar con la conformación de aquellos arquetipos que necesitemos reafirmar o inclusive construir porque no nos fueron dados en nuestras etapas de formación como individuos; el espacial, que nos permite situar/nos en el universo.

El estudio experiencial del movimiento produce el mismo efecto en las personas, que el tiempo sobre las pinturas al óleo: el pentimento. Nos devela los primeros bocetos, aquello que fuimos antes de ser lo que somos y muchas veces ahí encontramos respuestas a preguntas fundamentales sobre la vida. Nos da un camino de investigación para discernir acerca de las construcciones sociales, frente a la voluntad que nos mueve desde niveles instintivos, ancestrales. ¿Quiénes somos realmente? ¿Esto que siento, pienso, esto que sucede con mi cuerpo en movimiento es mío o lo pusieron en mí? ¿Si lo pusieron, lo he apropiado?

Para generar lenguajes escénicos que comuniquen nuestra unicidad es necesario generar investigaciones y/o exploraciones a través del estudio experiencial del movimiento, de otra manera estaremos reproduciendo modelos de movimiento que insisten en homogeneizar/someter/adoctrinar los cuerpos/personas. Las técnicas de movimiento son maravillosas herramientas que nos permiten explorar/nos, sin embargo en mi opinión y experiencia no nos permiten decir/nos, porque al generalizar el movimiento, estamos generalizando los pensamientos, las posturas, las ideologías.


Entonces ¿qué podemos hacer para desbordar las técnicas/formas y decir/nos en una obra? Parece ser una de las aventuras más extremas a las que podamos aspirar, porque de entrada, estaremos fuera de los lindes que han sido aprobados no sólo social y culturalmente en México, sino a nivel institucional también. Pero también puede ser la aventura poética que nos acerque a la libertad del ser.

Las técnicas de movimiento contienen al espíritu y estructuran al cuerpo para evitar desbordamientos que conlleven a la destrucción, y su límite de acción es justamente el terreno del individuo poético. Las técnicas te enseñan a moverte, pero no a bailar. Aprender a bailar, bailar, decir/nos con el cuerpo, es toda una travesía, un viaje, una odisea al interior de nosotros mismos, es una excavación para encontrar y sanar las raíces de luz que nos unen con los ancestros, que nos guían a la cueva en donde las abuelas cuidan del fuego en un círculo de piedras, así descubriremos que nuestro movimiento original es como nuestra huella digital, es único e irrepetible.

Por ello es fundamental dedicar una gran parte de nuestra vida como bailarines al estudio experiencial del movimiento, para desbordar las técnicas y librarnos del esfuerzo monumental que pretende estandarizarnos. Y así descubrir, disfrutar y compartir aquello que nos hace únicos.








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