Espresso al dos por uno
Antes de que las
hormigas volaran, bailaba con mis zapatos favoritos sobre una nube de bigotes
amplios y sinuosos cada día de cada mes bajo la lluvia, y tú te asomabas desde
aquel acantilado deseando volar. Yo a menudo me preguntaba si por fin te lanzarías
para sorprenderte feliz cuando tus enormes alas replegadas a tu espalda se
expandieran libres, brillando como turmalina marina, destellando, vibrando,
planeando.
Casi todos los
días me preparaba un café con un pincel mágico que hacía realidad mis deseos,
aún hoy me sigo sorprendiendo de todos los deseos que se me cumplen, como
cuando te quedas mirando mi rostro y me dices que soy bonita, de ese tipo de
regalos hablo.
Escribo y borro.
Escribo y borro. Bajo corriendo las escaleras de caracol para aventarme un
clavado al mar y dejar que las olas masajeen mi espalda y los peces besen mis
rodillas, miro hacia arriba para ver una vez más que sigues parado al borde del
acantilado mirándome. Es natural el miedo, él también vuela, baila y susurra al
oído. Yo mientras camino de puntitas por tu espalda para no hacer ruido, sólo
quiero ver de cerca cómo miras el acantilado, cómo me miras desde el
acantilado, cómo es ser tú, cómo se ve éste atardecer desde tus ojos. Yo allá
abajo pequeñita en este atardecer desde tus ojos.
Bajo la lluvia,
enfundada en mis zapatos favoritos, haciendo deseos mientras bebo café. El plancton
hace brillar la playa que absorbe la espuma que arroja el mar, subo corriendo
las escaleras que ya no son de caracol porque se rizomaron y pueden ahora
llevarme a cualquier lugar, a cualquier habitación de ésta enorme casa.
Aquí florecen
igualmente mujeres y helados. A los helados se les puede arrancar de las
enredaderas y comerlos, pero a las mujeres no, a ellas sólo se les pueden
contar cuentos y regalar kilos de descripciones específicas y puntuales de
universo, manuales de procedimientos, glosarios de palabras inventadas,
caminatas largas bajo la luna y besos tiernos.
Lamiéndose los
bigotes se aproxima lenta y sigilosamente ése gato hacia ti que sigues parado
al filo del acantilado mirando cómo bailo mientras chupo una paleta de cereza
incandescente y escucho una voz que no pregunta ¿cuánto es catorce más catorce?,
pero aun así yo contesto que veintiocho.
Hay en el
ambiente un reloj que marca los segundos de forma irregular y a mí me hace reír
porque el tiempo es irrelevante. No importa cuántos segundos contemos, no vas a
saltar. Observas y observas, como quien se mira las tripas en laberinto, como
quien se hace a sí mismo una coreografía contemplativa, como quien pinta sus
plantas de los pies con oro. Y eso también es lindo, pareciera una espera, pero
he llegado a pensar que esto es acompañar, es nuestra manera de estar juntos.
Creo que por eso
estoy aquí con los pies hundidos en la arena, porque cuando sorprendentemente
las hormigas empezaron a volar yo empecé a descender, todo mi nitrógeno
desapareció y paulatinamente dejé de flotar.
Una vez te grité Oyeeeeee vi que los espressos están al dos
por uno tú me miraste fijo y me gritaste bailas bonitooooo. Waldorf habló de la libertad y yo le escuché, a
través de libros le escuché. Comí xoconostle y pensé que no saltar era tu libertad
de decisión, escogiendo pararte ahí sin más.
Pero la vida es.
Y un día mientras yo tomaba dos espressos te miraba preguntándome por qué a
veces te quedas tan serio. Tu saltaste sonriendo, desplegaste tus enormes alas
y te zambulliste en el mar para nunca más volver.
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