Comprar un vestido




Los vestidos me conectan con mi infancia, me hacen sentir libre, no me aprietan la cintura, no tienen costuras en la entrepierna, me siento cómoda, cuando estoy cómoda me siento bonita y sentirme bonita me hace feliz.

Comprar un vestido me hace feliz y me gustaría asegurarme de que la persona que me lo vende también es feliz y que la persona que lo hizo también es feliz, de eso van las economías feministas, colaborativas, de compromisos cotidianos y sostenidos que acorten las proximidades, establezcan relaciones humanas incluso con aquellas personas a las que no conocemos, valoren el capital simbólico y aporten al sostenimiento y crecimiento de emprendedoras independientes y autogestivas, poniendo de relieve nuestra capacidad de intercambio.

Ahora en las reuniones que estamos teniendo a través de internet para mantener viva la Red del Festival Internacional de Mujeres y Danza, me cuestiono mucho el modelo de festivales a los que estamos acostumbradas, los modelos colaborativos que a veces no lo son, las solidaridades que a veces son más discursos vacíos que acciones, del chuleo que a veces entre nosotras mismas hacemos de los términos de resistencia que nacen de necesidades y estrategias reales y que terminan siendo bisagras entre el sistema dado a la espectacularidad y las verdaderas acciones ciudadanas, discursos políticamente correctos que vacían de significado nuestras palabras y que se suben a los hombros del trabajo de las artistas independientes sin su permiso, la sororidad por los suelos.

Así como comprar un vestido, deseo participar de los festivales, en un intercambio de bienes, de saberes, de afectos que estén desde ya, interesados en que todas las partes sean felices, en corresponsabilidades, en relaciones humanas, en evitar vaciados utilitarios, convenientes, ventajosos. Estamos todavía aprendiendo a caminar juntas, pero no iguales, estamos aprendiendo a ser solidarias con el principio del amor incondicional, aceptando nuestras emociones y necesidades particulares, pero estableciendo límites muy claros en los comportamientos.

Tal vez el modelo de festivales que proponemos desde estas redes feministas independientes tiene más que ver con la labor que con el trabajo, pues parafraseando a Arendt, no es nuestro fin dejar huella, monumento, ni gran obra digna de ser recordada, la gran impronta aquí es que con nuestra labor posibilitamos la libertad no de nuestros amos, sino de nosotras mismas.

Comprar un vestido y formar parte de una red independiente de mujeres y danza me hace feliz, pero mi felicidad sólo es significativa si enlaza horizontalmente con otras felicidades, de otra forma sólo es consumo, oportunismo y alimento de un sistema que hoy nos tiene en crisis.

La ritualización aquí, consiste en mirarnos con respeto y amor, tomarnos de las manos para darnos fuerza, marcar presencia para generar cambios hasta que todas seamos libres y felices.

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