Desaparecer





¿Cuánto tiempo más seguiré siendo yo?, así flotando en ésta mezcla eterna de viento y agua, ¿cuánto tiempo más me llevará esta tarea de desaparecer? Un nuevo amigo me dijo que le gustaría verme bailar a los ochenta años, me gusta mucho el número ocho, suena como un beso tronado, o como un estornudo también. Otra persona me dijo que dibujo cuando bailo, me gusta dibujar. Un amigo nuevo me dio un abrazo muy largo, largo, sincero, me dijo muchas cosas.  A veces me pregunto si quiero ser vista cuando bailo, casi siempre me respondo que me gustaría más poder bailar en cualquier momento del día y que nadie volteara a verme como algo raro, como a alguien a quien deben ver. Cuando salimos a correr nadie nos mira detenidamente, sólo nos miran pasar, cuando vamos a comer nadie se queda mirando cómo degustamos los platillos, si acaso, miran los platillos. Me gustaría bailar en la calle, en el parque, en la fila del banco y que a nadie le sorprendiera o al menos que no les sorprendiera más que ver a un niño haciendo un berrinche, que se le mira un momento y se le tira una mirada, dependiendo de la persona, de desaprobación o empatía, y luego se sigue con la vida.

Me gusta empezar bailando con los ojos cerrados, porque cuando los abro es una sorpresa encontrar a las personas frente a mí, como un bello paisaje de colores, montañas y flores. Y frente a las montañas y flores sí que me gusta bailar. Me gusta cuando la gente me sonríe cuando me mira, porque florecen y yo me floto más y siento que es difícil quedarme aquí, en el suelo, pero también sé que todavía no soy tan ligera como para irme flotando, mi red aún carga mucho, ¿será que ésta felicidad es una trampa?

Hoy tomé un paseo por la jungla en mi versión anime, recostada sobre el lomo de un enorme tigre que se balanceaba con tanta suavidad que me reconfortaba, podía ver las venas de los árboles, ahí tan tranquilas, como si tal cosa, una serpiente roja brillante cayó de un árbol y yo me tapé la cara con los brazos, ella mi miró con alegría y adornó mi muñeca, yo no pude más que darle las gracias, luego cuando creí que el viaje seguiría igual, unos monos me jalaron de las manos y me treparon a un elefante, creo que era el de Saramago, que viajó tanto y en su vejez ya era libre, feliz, gigante. Ahora  yo viajaba boca arriba mirando las plantas, los huecos de luz que pasaban sin pedir permiso a los abuelos, sobre nosotros volaba una mariposa de esas a las que les llaman de papel, era rosa, flotante, creciente, tan creciente que me pudo subir a su lomo y yo volé con ella y podía mirar todo a mi alrededor, sentir el aire y dar las gracias; luego todo eso lo bailé o bailó conmigo, no lo sé, tal vez un día fui una pulga, o una versión de mí misma en pocket edition.

Hoy tengo veinticinco amigos más, y aunque algunos ya eran mis amigos, nos re-amigamos desde nuevas versiones de nosotros mismos en éstas dos semanas de danza y vida, como si no fueran la misma cosa. Hay gente que se queda siempre y otros que se quedan para siempre. Nosotros también. Todavía no descifro qué son los tigres, elefantes, monos o mariposas. No importa, la vida me lo dirá, o no. He recibido tantos abrazos, cariño, palabras tan hermosas como el algodón de azúcar o un amanecer en Nexpa que hoy tuve miedo de desaparecer, porque si yo me disuelvo ¿cómo voy a recibir tanto amor? Tampoco importa porque aún no desaparezco y aveces además, no sé qué hacer con tanto, tal vez tenga que descifrar eso primero.

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