Ser comida.

Estaba enojada porque tenía mucha hambre, a él le divierte y es la quinta vez que me pregunta ¿qué quieres comer, a dónde vamos? Y yo le digo que quiero carnes en su jugo por quinta ocasión. Me preparo un café y me pongo mis audífonos, me acuesto en la cama para ver una película porque sé que no vamos a salir aún, él está trabajando. En éstos últimos días me metaforizaron con comida -y yo me imaginé a mí misma como un cupcake de vainilla con mucha crema pastelera-, me dijeron que era tan adorable que me podían comer, o llevarme a vivir a su casa, como si yo fuera un jarrón de galletas de chispas de chocolate que se puede ir vaciando poco a poco, tal vez llevarse algunas en el bolsillo para no sentirse solo al caminar por esas calles grandes de la ciudad. Aunque honestamente, sí me gusta la idea de que me quieran tanto, de que crean con antelación que me van a extrañar. Me prometieron que me cocinarían y me llevarían a lugares muy bonitos, me gusta cómo nos llegamos a querer tanto en tan poco tiempo, es muy emocionante. Si no fuera porque aquí me quieren mucho también, sería muy difícil regresar a casa.

Regresar a casa.

El departamento huele a limpio, eso me tranquiliza. Ahí está Lilus feliz de verme, no para de mover la cola y olisquearme, todo parece igual, pero en realidad ahora todos somos diferentes, la distancia nos transforma. Preparo una cama extra porque tenemos visitas, de esa hermosas que hacen sonreír a mi corazón. Ponemos café porque parece que será una larga noche, nos tiramos a ver Trapped, me angustia, pero amo la fotografía, quisiera ir un día a Islandia y tener mucho frío y mirar lo frío, oler lo frío y probar lo frío, que parece inacabable mientras me tomo un café y después salir a bailar frente a una montaña blanca enorme, pero que no provoque una avalancha, eso me da miedo. Me imagino más bien que mi danza pudiera hacer brotar un retoño de serbal de los cazadores, eso sí que me haría feliz. Y luego regresar a casa, saber que siempre voy a volver, eso también me tranquiliza.

Lo que me tranquiliza.

Empezar la función a la hora acordada. Fumar. Comer ensalada. Tener un estilógrafo negro siempre a la mano. Escuchar leer en voz alta. Que me expliquen algo que no entiendo. Leer un libro nuevo. Un abrazo. Los días libres. Bailar. Vespertine. Pilates. El vino tinto.

Vino.


Mi favorito es el Carmenere. Pero yo no sé catar. Ni conozco Chile. Cuando vaya tomaré vino afrutado, con notas de tabaco verde y agujas de pino, achocolatado y seco. A veces también tomo cerveza, clara, la oscura me provoca dolor de estómago, si estoy con mi amigo Israel tomo Whisky para acompañarlo.

Acompañar.

Quedarme cerquita de la gente, a veces sin hablar –lo que resulta toda una hazaña para mí-. Escuchar. Abrazar. Alimentar. Contar cuentos. Preparar la cama. Ser útil desde donde se necesite. Pensándolo bien, sí tengo muchos lugares en los que puedo vaciar todo el amor que he recibido estos días, para no ser tacaña, para compartir, para seguir abonando al terreno de lo sensible. Acompañar he aprendido, también es ir a bailar con mis amigos que me invitan, porque es una forma de sostenerlos, de reconocer su trabajo, de admirarlos desde dentro, de abrazar sus ideales y recordar que somos lo mismo, que como dicen los Zapatistas cuando estamos cerca somos comunidad y cuando estamos lejos somos red.


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