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Mostrando entradas de junio, 2017

A propósito del Día Internacional de la Danza 2017

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Me dijeron príncipe valiente porque mi mamá me cortó el cabello chiquito, es que no me gusta mucho peinarme. Me dijeron que no me subiera al pasamanos porque se me veían los calzones. Me regañaron cuando le pegué de regreso al niño que me aventó una goma a la cabeza, porque las niñas se ven feas cuando pegan o se enojan. Me dijeron “qué bonita princesa” cuando iba para mi clase de ballet y “marimacha” cuando iba a la de base ball; y cuando resulté buena en las clases de karate el instructor dijo que yo pegaba como niño. Dijeron que era bueno que me gustara la danza porque se me iba a hacer bien bonito el cuerpo. Un novio de la adolescencia me dijo que le bajara al gym porque no quería andar con una chava mas mamey que él. Luego mi amiga me dijo “no te ofendas, pero es que las bailarinas son bien putas”. Un amigo me preguntó que si era lesbiana porque las artistas son bien raras. Un profe me dijo que estudiara una carrera, porque la belleza se acaba, ya estaba e

Karma

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Qué perfecto es el bosque, con sus ramas irregulares, asimétricas, con los huecos de luz, ese triángulo ascendente buscando el sol. Los árboles siendo el paisaje que son, forman un paisaje que no pueden ver, pero sí percibir, y así con esa sabiduría de raíces, tierra y agua, dotan a las criaturas, insectos y pequeñas plantas, de la humedad y alimento. La dosis perfecta de sol y sombra. Qué perfectos esos troncos que deseando ser verticales, saben dialogar con los vientos, sin guerras, solo resistencia. Qué perfectos que no mueren, sino hasta que deben hacerlo, con naturalidad y gracia. Qué sabios los bosques que conceden la existencia a todo aquel que así lo desee, a todo aquel que lo necesite. Y nosotros que venimos impertinentes y conquistadores a poner granjas de pastoreo y hectáreas de aguacate, y tiramos pinos y dejamos sin hogar a cientos de animales. Erosionamos la tierra y contaminamos los ríos y tomamos todo como si fuera nuestro, como si un intercambio de pap

El peligro no nada mas es morir asesinada

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La primera vez que me enseñaron a tener miedo de andar sola, estaba en la primaria, tenía como ocho años y vivía en un lindo pueblito del Estado de México, en donde había campo, y sembradíos en donde jugábamos a las escondidas cuando estaba alta la milpa. Vi nacer cerditos, pollos y perros, trepábamos a árboles tan altos que luego teníamos que pedir la ayuda de los adultos para que nos bajaran. Casi todos los caminos eran de tierra suelta y el pasto amanecía escarchado porque hacía mucho frío, la carretera que conectaba los pueblos estaba empedrada y si la seguías llegabas a las pirámides de Teotihuacán. Íbamos a la escuela caminando porque básicamente atravesábamos los patios y jardines de las casas que siempre estaban abiertas, en el camino todos nos saludaban y nos apuraban para que llegáramos a tiempo, en noviembre nos daban un pan de muertos y veíamos los altares, algunas veces de regreso pasábamos con la Tía Carmela y nos daba un vasito de pulque con azúcar. Le ayudábamos