BAILO CON MI ABUELA



A mi abuela la abandonó su madre cuando tenía seis años, los dejó a todos: esposo y tres hijos.  Al menos eso era lo que yo había escuchado, luego mi mamá me contó que en realidad no los abandonó. 

Mis bisabuelos fueron a un viaje a la Ciudad de México, iban con sus tres hijos, incluida mi abuela, hicieron sus compras y cuando iban a regresar mi bisabuelo subió al auto, subieron los niños y cuando mi bisabuela iba a subir él cerró la puerta puso los seguros y se arrancó. Dejándola ahí, sola en una ciudad que no conocía, sin familia, sin amigos, sin dinero. Le arrebató a sus hijos. 

Tras el abandono, mi abuela Geña, una niña de seis años tuvo que hacerse cargo de la familia, por ser la única mujer le tocó dejar la escuela para cocinar, lavar, coser, hacer limpieza, cuidar de sus hermanos, buscar a su padre en las cantinas para llevarlo de regreso a casa. Mi abuela fue una mujer fuerte, valiente, amorosa y alegre. Ella bailaba flamenco, yo digo que de ahí me viene la danza, de la memoria familiar, del ritual liberador que son las pisadas, los faldeos, las miradas. Mi abuela cantaba mientras cocinaba, siempre ayudó a toda la gente que pudo, tuvo siete hijos, mi madre entre ellos. Mi abuela se quedaba parada mientras comía para que a mi abuelo no se le enfriaran las tortillas, le decía Negro, yo no se si lo amaba, pero tengo una foto en donde están bailando y los dos se ven muy contentos. Mi abuelo murió cuando yo tenía seis años, mi abuela murió cuando yo tenía quince, ella tenía sesenta y cinco.  A veces pienso que murió muy joven, a veces pienso que empezó a vivir muy temprano. 

Después de muchos años mi abuela buscó a su madre. No importa la edad todos necesitamos de nuestra madre, de nuestras raices. Sin raices saldríamos flotando al bailar y no podríamos regresar. Las mujeres somos raices, somos linaje, tierra, historia. Las mujeres damos la vida como un acto de fe en la humanidad, no es justo que se nos abandone, que se nos arrebaten los hijos, que nos torturen y nos maten. No es justo que nuestra historia sea contada con adjetivos que desacreditan, ofenden y marcan destinos. 

A mi abuela no la abandonó su madre a los seis años, su propio padre le arrebató la infancia que merecía. Yo hoy, bailo con mi abuela que como el viento me susurra al oido: baila negrita y defiende tu derecho a ser feliz. 

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