PEQUEÑAS FRONTERAS COTIDIANAS





Abro el pecho y cierro los ojos. Me entrego al sol y al viento, a la textura del piso bajo mis pies,  al movimiento, al tiempo infinito, multidireccional, caótico e imperfecto. Me entrego a ti. Me entrego al universo y por ello: a mí misma. Me entrego y me recibo. Te recibo. Nos recibo.  Los brazos sostenidos por un tronco suave, curveado, vertical a veces, deprimido a veces, que se ramifica hacia las también manos abiertas, que filtran el agua, la luz , el aire y los deseos. Esas manos que parecen no tener límites, que pueden ir develando la verdad a través de las vibraciones. Manos que crean realidades con sus trazos en la piel, el espacio y el papel. Manos que a veces son maleolos, crestas iliacas u omóplatos.  Y en medio de toda esta libertad me pregunto ¿nosotros qué somos? ¿de qué estamos hechos? ¿las ideas y las emociones que flotan a nuestro alrededor, frente y bajo nostros, nos gobiernan? ¿ser gobernado es necesario? ¿tenemos otra opción?. 

Las ideas  son la primera frontera que aprendemos,  luego la piel, los espacios personales, las casas, fraccionamientos con casetas, plumas y tarjetones. Estados,  países, continentes. Pero cuando bailo, yo no reconozco fronteras entre nosotros, tengo la impresión de que somos lo mismo, de que una versión mía está frente a mí tocando mi brazo, que otra versión de ti está en mí, pasando la pierna entre aquel abdomen y mi espalda. Que nuestras versiones juegan a desdoblarse en imágenes distintas para que logremos comprender las posibilidades.  Tal vez estos conceptos de “tu y yo” no son posibles, tal vez siempre somos lo mismo, fluctuando entre cuerpos a través de la energía.  Habitando entre ideas y emociones. Haciendo realidad los deseos. Permitiendo que otros se nos cuelen por los cabellos, entre el lóbulo y  la quijada, entre el deseo y la pisada, pero siempre somos nosotros mismos, que no es lo mismo que uno mismo. 

Tal vez no estamos separados, rotos o  fragmentados, tal vez sólo hemos caído en el auto olvido, y esta crueldad que parece asechar nuestros actos es el resultado de la falta de atención que le hemos dado a nuestros miedos. Y de a poco bailamos de a mentiras, porque no confiamos, porque no nos movemos desde el impulso universal, desde la conciencia de que el otro eres tu, soy yo,  y somos nosotros. Y entonces nos pisamos, parece que no podemos agarrar el ritmo, queremos dar la vuelta al mismo lado y chocamos de frente. Pero chocar no nos causa gracia, al contrario: nos irrita,  nos culpamos, nos traicionamos y creamos muros invisibles y batallas oscuras, guerras que atentan contra todos.  Nos lastimamos, nos insultamos, nos herimos y buscamos venganza. Y así entre insultos y venganzas perdemos la fe en la humanidad.  

Yo me pregunto ¿qué será de mí cuando no tenga a nadie con quien bailar? ¿Será entonces que habré perdido toda posibilidad de contactarme? ¿Y habrá vuelta a atrás? ¿Podré regenerar esas conexiones, o habré olvidado para siempre como es ser nosotros? En las noches, antes de dormir deseo no perder la memoria que me viene del linaje humano, y borrar éstas pequeñas fronteras cotidianas, así tal vez mi deseo, sea nuestro deseo y siempre te encuentre allí para bailar. 

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